«Después de 12 años viviendo en esta antigua caseta de un almacén lo que más echo de menos es poder salir a pasear, ir de tiendas o poder sentarme a tomar un café». Paula Larios vive en condiciones nefastas en una casa abandonada ubicada en la avenida Cataluña. Las ventanas no tienen cristales, su puerta está compuesta de cartones y maderas sueltas que impiden que sus tres perros salgan a recibir al invitado. «Hay que tener cuidado que la perra es muy protectora», advierte.

En el descampado que rodea esta maltrecha estructura se puede ver todo tipo de elementos que ella y su marido recogen en la calle para poder venderlos en el rastro los fines de semana. «Sí, somos de esos ilegales que piden licencia sin éxito», admite. Se pueden ver varios bidones de calderas, cisternas o carros. Un sinfín de elementos acumulados con destino incierto. «Le digo a mi marido que lo limpie, que esto es un desastre, pero no me hace ni caso», confiesa. «En verano pongo la sombrilla y estamos en el patio y así está hecho un desastre», dice.

Marcelo, por su parte, vive en un solar de la calle Jesús, a la altura del número 31. En esta parcela se van a construir viviendas, «pero no sé cuando, los vecinos me dijeron que cuando empiecen las obras me tendré que ir». Vino desde Rumanía en el 2006 y desde entonces ha vivido en la calle. «Cuando llegué todo estaba lleno de basura. He quitado las hierbas malas y lo he arreglado», explica mientras enseña el interior de su pequeña chabola, de unos dos metros cuadrados y construida con palés. En su interior hay colchones que ha rescatado de los contenedores.

53 asentamientos

«No vivo mal. Tengo tres mantas para abrigarme en invierno», explica. Ahora utiliza una fuente pública que se encuentra a escasos cinco metros para refrescarse. Admite, con pena, que tiene una hija y una hermana en España, pero «no tenemos relación».

Marcelo vive de la ayuda de Cruz Roja, principalmente. Paula, en cambio, subsiste de «los escasos 500 euros del Ingreso Aragonés de Inserción (IAI), de vender en el rastro y de lo que encuentro en la calle», cuenta.

Actualmente el Ayuntamiento de Zaragoza tiene localizados 53 asentamientos que están referenciados y en los que se está interviniendo. Los servicios sociales han atendido a 250 personas, principalmente hombres, un perfil que predomina en la calle y con edades comprendidas entre los 27 y 40 años. A sus 58 años y con un rostro muy castigado por la vida, Marcelo asegura sentirse «seguro» viviendo en el solar. No echa de menos nada, dice.

Por su parte, Paula no teme a la seguridad, pero sí que añora su vida de antes. «Me dedicaba a limpiar casas, pero no estaba dispuesta a cobrar 2,5 euros por hora, así que lo dejé ya en el 2008». Su marido también se quedó en paro, aunque a veces le sale algún «trabajillo». Él es de Zaragoza, ella de Castellón y no tienen familia que les ayude.

«A todo se acostumbra uno, pero vivir así no es fácil», explica Paula. «¿Has visto en la tele algún reportaje de esos que enseña cómo la gente recoge comida en la basura? Pues yo soy una de esas. Tengo que comerme las cosas caducadas e ir buscando por los contenedores», cuenta. Paula y Marcelo son solo dos casos aislados. Ninguno quiere ir al albergue municipal. «Vivo muy bien aquí», dice Marcelo. «O entro con mis perros o no me voy a ningún lado», opina Paula.