La Cantavieja que descubre el viajero es, en bastante medida, el casco urbano que ha sobrevivido a las guerras que han asolado la localidad desde que existe. No solo en la edad media, cuando se enfrentaron moros y cristianos durante la Reconquista y la orden del Temple cedió el dominio a la del Hospital.

También en tiempos mucho más recientes, en los siglos XIX y XX, Cantavieja fue escenario de cuatro contiendas: la de la Independencia, las dos guerras carlistas y la sublevación militar contra la II República.

«En 1833, el general Ramón Cabrera convirtió la villa en el cuartel general de las tropas carlistas que se hicieron fuertes en el Maestrazgo», explica Sonia Sánchez, técnico de Patrimonio Cultural en la comarca.

Esa guerra, a la que se sumaron los bandoleros que proliferaban en las montañas, fue seguida en 1872 por otro estallido de la causa carlista. En ambos conflictos, Cantavieja fue sitiada, bombardeada y tomada por unos y por otros, con su inevitable secuela de represión y destrucción.

Esta compleja y triste historia, visible en los restos de antiguos parapetos, la cuenta detalladamente el Museo de las Guerras Carlistas, dirigido por el profesor Pedro Rújula. Situado en un edificio que hace asimismo de oficina de turismo, narra, mediante paneles, las causas y consecuencias del enfrentamiento entre los liberales y los seguidores de don Carlos.

El centro de interpretación analiza cómo fue posible que una zona montañosa, atrasada y apartada de las ciudades importantes de la época se convirtiera en un bastión de los carlistas, junto al País Vasco, Navarra y el interior de Cataluña. Lo cierto es que la capital del Maestrazgo ardió en aquellas lejanas guerras y que volvió a adquirir protagonismo entre 1936 y 1939, cuando se instaló en ella un colectivo anarquista. Por si fuera poco, la guerra civil aún se prolongaría en Cantavieja y su territorio en la década de los 40 debido a que sirvió de refugio a los maquis.