He retrasado hasta este domingo (que es el día en que asumo la obligación de escribir sí o sí sobre la Tierra Noble) el deber de comentar ese feliz asunto del ascenso directo a Primera del equipo de fútbol oscense. Y ahora lo hago con particular interés y una evidente intención. Porque no solo se trata de felicitar a todos los agraciados, sino de poner de manifiesto lo que más me interesa ahora: que si hay proyecto, trabajo, creatividad y entusiasmo se pueden conseguir cosas que a priori parecían imposibles.

Resulta que Huesca, pese a sus 52.000 habitantes, su desindustrialización a cuestas y sus dificultades para ponerse en el mapa (pocas autovías, imposibles las vías de alta capacidad transpirenaicas, fracasado el aeropuerto y con un AVE escasamente útil)... a pesar de todo eso y alguna cosa más, digo, la ciudad (y el Alto Aragón) está ahí, existe y se ha crecido. Sin demasiado victimismo; con la vista puesta en el futuro. Una pequeña y hermosa urbe, que, por otro lado, es la capital gastronómica de Aragón (muy por encima de Zaragoza), tiene una sociedad civil relativamente organizada y una actividad cultural importante de verdad... ha decidido no quedarse quieta, no dejarse llevar.

Toda la Tierra Noble debiera celebrar la proeza futbolera del Huesca, cuyo ascenso tiene mil veces más mérito que el tan esperado del Real Zaragoza, por evidentes razones de proporción y capacidad objetiva. Todas las demás ciudades y villas y pueblos que pierden habitantes, que se quedan solos y se convierten en España vacía habrían de tomar ejemplo de cómo es posible planificar y llevar a cabo la conquista de un objetivo estratégico complejo, prescindiendo de la autocompasión y sin echarse sin más en brazos de las instituciones ni pretender sacar tajada fácil.

El Huesca no ha subido a Primera por casualidad. Ha habido mucho cerebro (¡enhorabuena, Petón!) y mucho músculo y mucha pasión positiva. Con sensatez y calma, sin sobreactuaciones y autoestima barata. Al final, ¡plas!, una meta particularmente ambiciosa se ha alcanzado. Y con independencia de lo que suceda en el futuro, eso ya no nos lo quitan ni a los oscenses ni al resto de Aragón.

Esta comunidad nuestra arrastra serios problemas, es evidente. Pero tampoco está tan desahuciada. Cada año, cuando este diario celebra los Aragoneses del año, es fácil comprobar que aquí hay gente muy valiosa: creadores, investigadores, empresarios, activistas sociales... En la última edición, el científico Alberto Jiménez Schuhmacher, el galardonado más votado, se dirigió directamente a las autoridades políticas para reivindicar más apoyo al conocimiento y a la ciencia y la tecnología. Su alegato era todo un programa estratégico para una tierra cuyas instituciones han fundido cientos de millones de euros en simple e inútil política de escaparate.

El ascenso del Huesca ha generado una onda de optimismo y buenas vibraciones (que ojalá se contagié al Zaragoza). Pero sobre todo es un referente extensible a cualquier actividad y a cualquier otro lugar. Aragón puede salir adelante. Solo se trata de quererlo... y de saber hacerlo.