Dentro de unas decenas de años, cuando los historiadores se enfrenten a la figura de Mariano Rajoy, apenas encontrarán nada nuevo que decir, contar, descubrir o analizar porque ya está todo dicho, contado, descubierto y analizado. El presidente del Gobierno y líder del PP es un político que no oculta nada. Lo poco o lo mucho que tiene, a la vista está.

Rajoy no es un líder nato, ni siquiera un hombre representativo de su tiempo o de su país. Es un político sólido, bien formado con las herramientas del Derecho y de las numerosas administraciones públicas por las que ha ido migrando. Oportuno, más que oportunista, siempre ha estado ahí, cuando ha hecho falta, en la terna de José María Aznar, en la desratización de Bárcenas y sotanillos del partido, en la bulgarización, con b, de un partido que abraza la unanimidad y le aclama hoy y mañana por su arte para permanecer y por mantenerlos en el poder, que es, en política, donde mejor se está.

Desde un plano más psicológico, Rajoy, nunca el héroe, nunca el primer plano, jamás avasallador ni seductor se entronca más con ese tipo de personajes secundarios que en los dramas de Ibsen, como Casa de Muñecas, o de Oscar Wilde, como La importancia de llamarse Ernesto, forjan el entramado de la realidad sin participar en el embeleco de las pasiones y sueños.

Me refiero a esos padres, esos gestores, maestros que, rodeando, como enmarcando a los protagonistas, a la pareja que brilla con las aventuras del amor o se apaga con sus desventuras, terminan la obra de teatro (la política también lo es) en el mismo plano en que la empezaron, ni altos ni bajos, ni bien ni mal, siendo asimismo aplaudidos por el público en su justo término, ni atronadoramente, pero tampoco simplemente con un par de frías y secas palmadas. Son secundarios de lujo, caracteres de oficio que, ya digo,y sostienen el esqueleto de la tragicomedia. En sus caracterizaciones no influyen tanto los sentimientos como los roles o cargos, no tanto la posición de estos periféricos de fuste ante el amor o la muerte como sus propios y muy bien consolidados puestos de trabajo en la trama social. Así, su importancia no se debe tanto a sus méritos o deméritos como a su buen nombre, a ser gestor, coordinador, llamarse Ernesto o Mariano.

A falta de otros actores, Rajoy protagonizará la nueva temporada del PP, dedicada al auto sacramental.