Ya les dije que Aragón está muy condicionado por las grandes ideas-proyecto institucionales, lo cual nos obliga a ponernos supercontentos y eufóricos ante cualquier anuncio de que algo viene a Motorland, como luego deberemos descorchar cava de lujo cada vez que algún avión aterrice o despegue de Caudé. Pero entre que las noticias sobre equipos automovilísticos, centros de investigación y tal suelen ser poco explícitas y a menudo sólo avanzan intenciones, y entre que poner un avión en Teruel ha de ser muy complicado (y carísimo), más valdría tomarnos estas cosas con calma. Fíjense en la sevillana Isla Cartuja: hoy es ya un parque empresarial por su sitio. Ahora bien, ha tardado 17 años y no ha salido barato. Hagámonos a la idea.

En la Tierra Noble, desde hace medio siglo, el dinero de verdad, el más rápido, más guapo y más negrito se ha movido a través de la compra-venta de suelo y de la construcción. Zaragoza es el paradigma: una ciudad con un término municipal inmenso y que disponía de grandes bolsas de suelo público (vendidas miserablemente al mejor postor) ha acabado con la vivienda a precios que llegan a oscilar entre los 1.800 euros el metro cuadrado de una VPO allá lejos y los 8.000 de los pisos libres en zonas bien de la ciudad. Por eso el negocio inmobiliario, en todas sus vertientes, nos pone a cien. Por eso también hemos desdeñado otras actividades que requieren más trabajo, más constancia, más cualificación profesional y más seriedad.

Quienes en los 80 empezamos a escribir sobre los cárteles inmobiliarios, el desmadre urbanístico y sus nefastos efectos hemos tenido tiempo para pasar por sucesivas etapas de indignación, desilusión, indiferencia, pitorreo y resignación. Hubo un momento en el que imaginamos una planificación de pueblos y ciudades democrática y controlada por las instituciones, que socializara las plusvalías, mantuviera los precios en su sitio y promoviera calidad de vida. Valientes capullitos de alhelí. La especulación era y es un poder imbatible. Ahora se ha replegado y solo vemos sus efectos: corrupción política, fraude y crisis. Pero, tarde o temprano, volverá.