El recientemente elegido secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, está nuevamente de gira por la España plural, o plurinacional, según su terminología política. Un poco como un antropólogo, a lo Indiana Jones, va visitando cada territorio o pueblo en busca de sus identidades perdidas, por si alguno hubiese sido maltratado por la historia y exigiera una reparación. Así, recalando en el País Vasco, ha dicho, para esponjamiento de Urkullu: «Nosotros (PSOE) consideramos que dentro de España hay una nación que se llama País Vasco. Y, por lo tanto, reconocemos esa pluralidad de nuestro país y defendemos una España que sea una nación de naciones».

Y para los que no lo entendemos, ¿lo explicaría otra vez? Porque ni el País Vasco ha sido nunca una nación ni jamás España una nación de naciones. ¿Ahora sí? Bueno, pues que jueguen todos.

De ese modo, cuando Sánchez visite próximamente Aragón, tendrá ocasión de explicar a los aragoneses si son o no nación, como el País Vasco, o cuál es su papel dentro de esa gran nación de pequeñas naciones que seguirá siendo, o tal vezno, España.

Porque Aragón no sólo ha sido nación, sino reino. Con sus estirpes, dinastías, fueros, Cortes, territorios, condados (destacando el catalán) y otros reinos confederados. Felipe V nos arrebató las instituciones, pero no la identidad, que afloró volcánicamente en la II República en forma de resistencia nacionalista al golpe militar, pero que, en la Transición,volvió a ser ninguneada por Adolfo Suárez.

Hoy, tras décadas de lucha, Aragón tiene el reconocimiento de nacionalidad histórica y un razonable nivel de autogobierno dentro de ese Estado de las Autonomías del que nadie habla. ¿Qué propone la nueva dirección socialista? ¿Un aumento de competencias equitativo para todas las autonomías y su transformación constitucional en 17 naciones, o que en España sólo haya dos naciones, Cataluña y País Vasco, conformándose el resto con sus actuales denominaciones estatutarias?

Los sabios que rodean a Sánchez están analizando una reforma constitucional, inspirándose en otros países, como Alemania o Bélgica. Si, en vez de hacer encajes de bolillos para satisfacer a unos pocos, estudiasen con detenimiento la historia de España, quizá no tendrían tantas dudas, ni necesidad de pluriemplear las autonomías.