Hace diez años que Zaragoza empezó a mirar al río Gállego, que los ciudadanos se acercaron a él para conocer un afluente del Ebro que siempre había estado allí. Y su realidad hoy es la muestra palpable de cómo a veces la naturaleza le gana la batalla a la mano del hombre. La muestra internacional quiso convertir sus proximidades, que no sus orillas, en una nueva zona verde urbana. La Administración sí tuvo el dinero que otras veces le niega. Pero la forma de vida agresiva de un río como este ha ido devorando poco a poco las intervenciones que no van con él, ya que, cuando baja crecido, se expande con rapidez a ambos lados.

La Expo sirvió para que el Gobierno central ejecutara, a través de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHA) una inversión de 7,9 millones de euros en dos tramos. Era el que va desde Peñaflor y San Juan de Mozarrifar hasta la autopista AP-2, adjudicado en abril del 2008 por 3.593.000 euros; y desde allí hasta la desembocadura, por otros 4.373.920, en un contrato que se resolvió un año antes de la Expo. Acababa junto al barrio de Vadorrey, muy cerca de donde Zaragoza mostraba sus inacabadas costuras por el este.

CAUSA Y EFECTO // Un total de 6,3 kilómetros de itinerario en línea recta que buscaba acercar las zonas pobladas de la capital al cauce, hacerlo más transitable y conocido. Y lo consiguió, especialmente durante los fines de semana, aunque para ello se tuviera que asumir el peaje del vandalismo, una imagen también es visible hoy que acompañó a los visitantes y que se ceba con el mobiliario urbano (mesas, bancos o farolas), algunas de las esculturas que adornan estas nuevas zonas verdes y hasta bajo el puente de la autopista.

Los actos incívicos se aprecian más en el segundo tramo de actuación, el que entronca con la ribera del Ebro. Desde el puente de la autopista, lo ejecutado para la Expo supuso una intervención sobre unas 58 hectáreas de superficie y a lo largo de 3,3 kilómetros de longitud. Entre los trabajos, crear dos parques urbanos, uno en la trasera de la avenida Cataluña, junto a Ríos de Aaragón, que culmina en el puente de Santa Isabel; y otro en la misma desembocadura, con merendero, juegos infantiles, miradores y esculturas urbanas que hoy lucen llenas de grafitos, con destrozos y daños, y con la suciedad propia de la falta de civismo. Eso se combina con el paisaje de un río muy acostumbrado a crecerse en las avenidas y a un esfuerzo municipal que ronda los 90.000 euros para su mantenimiento. Ese es la contrapartida para Zaragoza, conservar una inversión que a las arcas municipales le salieron a coste cero.

La última crecida, en el 2015, todavía deja rastro de su virulencia. La vegetación caída y los materiales que el agua, aún estancada en algunas zonas, arrastró dejando inaccesible el acceso al cauce desde muchos puntos del andador peatonal. Caminos embarrados con facilidad en cuanto aumenta el caudal, como estos días. Esa última riada llegó a inundar un tramo del tercer cinturón junto al puente de Giménez Abad. A la vista de los zaragozanos parecía algo inaudito, cómo el agua anegaba la calzada y causaba destrozos. Pero lo extraordinario es que allí haya una carretera, porque ese es su cauce natural, ese que de vez en cuando le da y dará por recuperar.

Así lo ponen de manifiesto los técnicos municipales en el Ayuntamiento de Zaragoza. Responsables de este tramo urbano del río como Luis Manso y José Bellosta celebran que los esfuerzos de las últimas tres décadas no hayan ido dirigidos a hacer un parque urbano de diseño sino a recuperar al Gállego más original. «De hecho ha empezado a recobrar la sinuosidad que tenía en algunos tramos y que había perdido cuando trató de encajonarse», apuntan. Respetarle para que él respete es un elemento clave, aseguran, para un río que bebe agua del Pirineo y la conduce hasta Zaragoza.

De hecho, son más de 36.000 ejemplares de árboles de especies alóctonas y autóctonas, que se entremezclan con arbustos y plantaciones de monte. El pino, la sabina o el labiérnago no solo están sino que se les reconoce. Cartelería con explicaciones acompañan a la señalética de andadores peatonales que hacen transitable el camino durante esos más de seis kilómetros de ida y vuelta por ambas márgenes. Otra de las lecturas positivas de una intervención que va más allá de lo hecho para el 2008.

Desde la CHE explican que en la primera intervención, la denominada U17 en el plan de riberas, se hicieron trabajos por valor de 4.373.920 euros entre Santa Isabel y la desembocadura, que trajeron consigo un parque de 33.500 metros cuadrados en Ríos de Aragón y otro de 11.754 junto al Ebro; se plantaron más de 5.900 árboles; se instalaron dos pasarelas, una de 54 metros junto a Ríos de Aragón y otra con mirador y observatorio de aves, en la desembocadura; y se crearon áreas de descanso, senderos peatonales y 121 bancos, 31 mesas de picnic, 79 papeleras, una fuente, una zona de juegos para la tercera edad, otra de infantiles y cinco aparcabicis. Hoy subsisten «en buen estado», aseguran desde el ayuntamiento.

La segunda intervención, la U16, costó 3.593.000 euros, explica la CHE y los trabajos «se proyectaron para dar continuidad al tramo de la U17» y llegar hasta el Azud de Urdán y el final del paraje de la Lenteja, con más trabajos de desbroce y reparación pero también con zonas recreativas. Su inicio se retrasó por esperar a que culminara el ensanchamiento del puente de la autopista para dar acceso a Santa Isabel. Este hoy ya hestá plagado de grafitos.

Así sobrevive hoy el Gállego a su paso por Zaragoza, avisando de que llega a triplicar su caudal durante el año. Un río que intentó ser urbano, pero que nunca prometió ser civilizado.