La de Jánovas es la triste historia de un atropello, de una flagrante injusticia que se ha prolongado durante seis décadas. Es también un testimonio de heroica resistencia de la gente humilde frente a los poderosos y al aparato del Estado y una declaración de apego a las raíces, al terruño, a los muertos que descansan en el cementerio, detrás de la iglesia. Es un canto a la soledad.

Jánovas (Huesca) era un pueblo vivo en los años 60. Ubicado en el valle del río Ara, cuyas aguas nacen en el macizo del Vignemale y van a desembocar en el Cinca a la altura de Aínsa, contaba con 42 casas habitadas y más de 200 habitantes. La agricultura y la ganadería de montaña era el medio de vida, como en casi todo el Sobrarbe, una comarca verde y escarpada, anclada en la cultura tradicional del Pirineo.

La sombra de la desgracia se proyectó sobre el pueblo en los primeros años 50, cuando la empresa Iberduero empezó a proyectar un embalse en el Ara para aprovechamiento hidroeléctrico. La presa debería estar aguas abajo del pueblo, por lo que este quedaría inundado, como otros núcleos del valle. Eran los tiempos de los pantanos de Franco y de la mezcla de intereses económicos de las empresas eléctricas, privadas, con las necesidades del Estado, no precisamente democrático, de producir más electricidad.

En 1961 comenzaron las expropiaciones. Pero algunas familias se resistían a marchar. "Hasta que el agua no nos inunde, yo no dejaré mi casa", tronó Emilio Garcés. Él resistió a la terrible experiencia de ver cómo Iberduero, no el Estado, dinamitaba las casas para que a los vecinos no se les ocurriera volver. Eso sucedió entre 1962 y 1965 y tuvo un tétrico colofón al año siguiente cuando, una mañana de febrero, la maestra del pueblo y los niños que quedaban fueron sacados de la escuela de mala manera por técnicos de la empresa hidroeléctrica.

Fue uno de tantos episodios de derechos pisoteados que la dictadura ocultó. Pero los vecinos no lo olvidan. Lo pudo comprobar Jordi Évole cuando, movido por una curiosidad innata, pasó hace unos años con su familia por la carretera que conduce al parque nacional de Ordesa y Monte Perdido y se interesó por unos carteles reivindicativos a pie de carretera en el cruce de Jánovas. Tiempo después volvió y pudo hablar con vecinos expropiados, incluidos algunos de esos niños sacados de la escuela con cajas destempladas. Una historia tremenda que revive el Salvados de esta noche.

Habanera triste

La Ronda de Boltaña es un grupo de folk formado, como aficionados, en 1992. Rondan y cantan los estilos propios de las fiestas del Pirineo aragonés y sus letras defienden la cultura autóctona y denuncian las políticas hidráulicas realizadas en las comarcas de montaña. Suya es la Habanera triste, una canción dedicada al desalojo violento de Jánovas. "Quién me iba a decir a mí / que soñaba con el mar / que en un inmenso pantano / mi casa iba a naufragar".

Eso exactamente es lo que debió de pensar el padre de Óscar Espinosa, cuando abandonó Jánovas tras cobrar una indemnización de 800.000 pesetas, lo justo para la entrada de un piso y una licencia de taxi en Barcelona. Otros se fueron más cerca, a Boltaña, a Campodarbe, a Zaragoza. A todos ellos les acompañaba una enfermedad en muchos casos mortal: la pena. Muchos de los que se fueron, sobre todo, los ancianos, murieron al poco tiempo de dejar Jánovas. Ese es uno de los impresionantes testimonios contenidos.

Quizás por eso, por pura supervivencia, Emilio Garcés, su mujer, Francisca Castillo, y sus hijos decidieron quedarse a vivir entre las ruinas. Solos. La empresa no dejó de hacerles "putadas", como dice su hijo, o ñtrastadas, como dice Francisca, con la mente clarísima a sus 88 años. Un día les roturaban los campos para arruinarles las cosechas, les cortaban la acequia o les taponaban el puente de acceso al pueblo. Así, agarrados a la tierra, como los bojes, vivieron hasta 1984, cuando fueron definitivamente desahuciados y desalojados por la Guardia Civil.

Y mientras tanto, el pantano sin hacer. Iban pasando las administraciones, los informes y proyectos se sucedían en los laberintos burocráticos del Ministerio de Obras Públicas, luego Fomento. "Si a nosotros nos hubieran echado por hacer una obra para el bien común, lo hubiéramos entendido. Hubiéramos sufrido menos al ver inundado nuestro pueblo. Pero eso no pasó. Y eso es lo que más rabia produce", dice Jesús Garcés, hijo de Emilio y último niño que nació en Jánovas.

Jordi Évole tuvo la idea de hacer un pase previo a la emisión de su programa para los vecinos del pueblo. Fue el pasado domingo. Acudió la Ronda de Boltaña, hubo migas, porrón y costillas a la brasa. Y sobre todo hubo emoción, las de unos vecinos que vieron reflejados en esa hora de programa de televisión unos sentimientos acumulados durante décadas de olvido.

La reversión

Ahora ya saben que la presa no se hará y están negociando la reversión de la propiedad. Antes tuvieron que ver cómo la empresa amagaba con empezar las obras sin tener aprobado el obligatorio estudio de impacto ambiental, otra de las denuncias de Salvados. Esa es la parte política de la injusticia. La democracia tampoco acabó con el atropello de Jánovas. En un momento dado les devolvían las ruinas de sus casas previo pago de la indemnización con el IPC acumulado desde los años 60. ¡34 veces el valor de entonces! Luego las negociaciones con Endesa, heredera de Iberduero, mejoraron esas condiciones.

En eso están ahora. Mientras tanto, han recuperado la escuela y reconstruyen algunas casas. Nunca han dejado de ir a Jánovas. ñVosotros estáis hoy --nos decían el lunes los vecinos a los periodistas--, pero mañana volveremos a estar solos. Aun así, seguiremos luchando. "¿Quién te cerrará los ojos, tierra, cuando estés callada?", preguntaba José Antonio Labordeta en una de sus memorables canciones. Algunos se quedaron en el valle del Ara preparados para cerrarle los ojos a una tierra herida de muerte por un pantano que nunca se llegó a realizar.