Los presupuestos participativos de Zaragoza no pasarán a la historia por el número de ciudadanos que se han movilizado para proponer o secundar propuestas (6.000 sobre una población de 700.000), pero ha abierto indirectamente un debate que pone en jaque la organización tradicional de las asambleas en los distritos. Poner dinero sobre la mesa para fijar prioridades ha sido aliciente suficiente para poner de manifiesto una realidad incontestable: las personas que habitualmente no participan en los debates, en los diagnósticos o en las demandas que se consideraban incuestionables, estando bien organizadas, se han impuesto al movimiento vecinal tradicional. Su táctica, más eficaz a la hora de movilizar apoyos, se ha impuesto al modelo tradicional de asociaciones que llevaban décadas esperando esta oportunidad de decidir a qué dedicar el dinero.

Porque por encima de estadísticas o de responsabilidades políticas en un proceso muy cuestionado en el salón de plenos, hay una duda que sobrevuela los 14 distritos de la capital aragonesa: ¿Seguro que si votara la totalidad de la población saldría adelante lo que reclaman las asociaciones que hacen de portavoz de todos ellos en las juntas? Todo apunta a que, al menos para ellas, cuantos más voten, peor les puede ir. O al revés, cuantos menos, mejor.

Han surgido colectivos nuevos, con ideas distintas, que se han demostrado más eficaces en la captación o movilización de apoyos. Analizando los resultados --y sin individualizar en distritos concretos--, el proceso ha demostrado que un bloque de viviendas es capaz de destinar buena parte del dinero asignado al barrio a cambiar todas las farolas de su calle si así lo desea. El listado de propuestas que pasará por las urnas lo forman proyectos que acumulan unas pocas decenas de votos mientras que otros, 79 concretamente, no han obtenido ni uno solo. Que es como decir que no ha votado ni quien lo propuso. Sorprendente.

El movimiento vecinal tradicional colisiona con aquellos a los que considera participantes intermitentes de la vida del barrio. Es decir, que solo se han movido cuando toca decidir y que difícilmente volverán a hacerlo hasta el año que viene. Mientras ellos tienen asociados que llevan décadas dedicando su tiempo a diagnosticar carencias, reclamarlas, movilizar protestas y reivindicar olvidos del ayuntamiento. Y que volverán a debatir en el próximo pleno del distrito.

El éxito cae del lado de un modelo distinto al suyo pero muy similar al que se utiliza en los llamados barrios emergentes. Grupos de vecinos con enormes carencias en servicios y equipamientos que han aprendido a estar interconectados y se mueven todos a una. Algunos, como Arcosur, solo necesitan estar dentro del grupo de Whatsapp para enterarse en tiempo real de lo que sucede o, en este caso, qué hay que votar en este proceso. Todo el distrito iba a pedir cosas pero ellos, unidos, son mayoría. Las cinco propuestas que más se han priorizado tienen que ver con Valdespartera o Arcosur --y multiplican por cuatro los votos obtenidos por la primera de una asociación, la de Tomás Pelayo--, pero es que, además, en el primer corte, nueve de las diez con más votos son de la Plataforma Distrito Sur, una asociación de nueva generación.

Este es el mérito que le otorgan, también, a las múltiples AMPA que se han decidido a participar en todos los distritos, también los tradicionales. Serán menos en censo pero bien conectados y más eficaces en los votos. Al menos en el telemático, porque lo cierto es que los presupuestos participativos ha cambiado las reglas del juego en el momento más crucial. La capacidad de decidir ya nació en Casablanca y el Actur, pero con debate previo en la junta. ¿Un filtro necesario?

¿Esos vecinos intermitentes piensan en individual o se han cansado de que quienes dicen pensar en colectivo les digan lo que les conviene? Las reivindicaciones de las asociaciones, ¿les representan? Y si estas son altavoces de una mayoría, ¿dónde estaban a la hora de votar?

Hay una brecha en el modelo de movilización vecinal del que han emergido muchos de los que hoy gobiernan la ciudad. Las asociaciones siempre han pedido la implicación de más vecinos. Y puede que ya se esté produciendo, pero no en el sentido que ellas esperaban.