Rosa se mueve con dificultad. La rigidez de los músculos la atenaza y en su andar, como consecuencia de una enfermedad que le ha llevado a tener los pies cruzados, cada vez que da un paso la punta del pie le choca con el talón del otro. "Te caes mucho", asegura.

Esta aragonesa sufre paraparesia espástica familiar, una patología tan lenta que pueden pasar décadas hasta que se manifiesta. "Durante el embarazo el cansancio se acrecentó, tuve un parto muy problemático y entonces ya me di cuenta de que algo ocurría. Aunque mi madre dice que de pequeña siempre andaba mal", asegura.

Rosa no puede dar muchos pasos sin que el cansancio se apodere de ella. Esta patología, que en España afecta a unas 5.000 personas, no tiene cura. Y, "desgraciadamente", va a peor. "Al principio tuve muchos problemas, porque la atención de los médicos, no sé si por el desconocimiento o por qué, no fue todo lo buena que esperaba. Hay a quien le ha afectado el habla y algunos no pueden comer. Muchos están en silla de ruedas", dice.

La paraparesia espástica familiar obligó a Rosa a dejar de trabajar. "Tenía caídas y muchas roturas y lesiones. Al final, me dieron la incapacidad". Como consecuencia de la enfermedad, sus esfínteres fueron dañados. Pese a todo, asegura que "la clave" para sobrellevar la paraparesia está en "tomarse las cosas con tranquilidad, porque ir acelerado no ayuda".

El gen malo de esta dolencia hereditaria todavía no se ha detectado. La lucha de Rosa está en su hija de 27 años. "Que se investigue y se encuentre ya, porque si a ella se le manifiesta se le podría quitar ese gen", dice.