La muerte de Emilio Gastón propició obituarios y panegíricos que, además de destacar la personalidad del poeta, jurista y político, destacaban su pertenencia a aquel grupo y aquella generación que renovaron con no poco éxito el ideario aragonés. El PSA, pero sobre todo la revista Andalán y la colaboración en sus páginas de gente que procedía de la intelectualidad y del activismo antifranquistas permitieron darle la vuelta a lo que la Dictadura había hecho con la pobre Tierra Noble (reducida a un pedazo semianónimo de la tranquila España profunda) e iventaron nuevos enfoques del futuro posible y un imaginario renovado, audaz y progresista.

Echando la vista atrás y repasando lo que vino después de los Setenta, cuando Labordeta, Gastón y toda la peña estaban en plena forma, resulta que aquellas propuestas, análisis y ejercicios de memoria ya nunca fueron supertados ni renovados ni mejorados. Siguen siendo todo lo que tenemos, pese a que se hayan enmohecido, estén desfasados (que lo están) o ya no encajen en una realidad distinta y más compleja. De entonces acá, Aragón se ha reinstalado en su rutina de comunidad promedio y ha dejado de crear alternativas que no formen parte del inventario institucionalizado que permanece invariable desde hace decenios (y del que forman parte algunas aspiraciones poco realistas elaboradas precisamente en los viejos tiempos de la Transición).

Deberiamos suponer que la mejor forma de homenajear a los próceres que se nos van sería la puesta en marcha de un nuevo impulso creador que recuperase la preocupación por Aragón y sus intereses estratégicos. Naturalmente, desde una perspectiva progresista, que ahora no tendría tanto que ver con los dogmas del izquierdismo contemporáneo como con una voluntad modernizadora, crítica, creativa y en cierta medida rupturista.

Porque ahora, como entonces, la derecha regional, aunque mucho más compuesta, compacta y poderosa que en los Setenta, no sabe ni quiere salirse del camino trillado, carecede nervio para proyectar cualquier cosa que rinda inmediato y fácil provecho a sus patrocinadores fácticos, y fía mucho más en la especulación y el tráfico de influencias que en la economía productiva y la innovación.

No creo que Labordeta, Gastón y los demás fuesen grandes genios. También cometieron errores de análisis o simplemente se dejaron llevar por algún entusiasmo de origen decimonónico (el costismo siempre estuivo ahí). Pero tuvieron coraje y voluntad de remar contracorriente. También tenían a su favor una buena formación, un amplio conocimiento de lo que su tierra era y había sido y una ideología suficientemente abierta y de profunda raíz democrática y socialista.

Ahora se nos van, desaparecen y casi resulta sorprendente el impacto que causa su muerte. Emilio Gastón ha sido celebrado como un titán polifacético, un aragonés para la Historia. Labordeta fue elevado a la categoría de héroe por aquellas decenas de miles de personas que desfilaron por su capilla ardiente. Algo extraordinario debieron hacer para merecer tanto.