El filósofo y ensayista Daniel Innerarity presenta hoy en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza a las 19.00 horas su obra Política para perplejos.

-Tras ‘La política en tiempos de indignación’ llega la perplejidad, ¿cómo se ha producido este cambio?

-Se explica porque en la época de la indignación las cosas estaban bastante claras. Se sabía bien quiénes éramos los buenos y quiénes éramos los malos. Además se idearon nuevos sujetos para hacer lo que se pensaba que se tenía que hacer. Con el paso de los años nos hemos dado cuenta de que es posible que el diagnóstico no estuviera bien hecho, que aquellos a quienes habíamos confiado la innovación que hacía falta no eran los más apropiados. Y al mismo tiempo aún están vigentes las causas que originaban la indignación.

-¿Cuando afirma que los sujetos que tenían que cambiar la situación no han sido los más apropiados se está refiriendo a nuevos partidos que surgieron tras el 15M?

-Estaba pensando en un planteamiento más general. Estamos siempre en una disyuntiva entre los que gestionan el principio de placer, es decir, los cambios necesarios, y aquellos que gestionan el principio de realidad, es decir, las capacidades reales de transformación. La gran ruptura de nuestras sociedades, más allá de un partido, es algo más general.

-¿Cree que existe un único diagnóstico correcto?

-Si al hacer un diagnóstico de la sociedad el resultado es un campo binario, con buenos y malos, errores y aciertos, con una división esquemática, casi con toda seguridad podemos deducir que no hemos acertado. Si la realidad social y política es más compleja, el diagnóstico necesariamente tiene que ser más complejo.

-En su libro aboga por aplicar ‘sistemas inteligentes’ para generar certeza en la ciudadanía...

-Ante el difícil problema de la corrupción, una de las respuestas más socorridas es pensar que los políticos tienen que ser buenas personas y ejemplares. Se pone el foco en el código de conducta personal de los que están al frente de cargos públicos. Pero focalizar sobre los individuos nos hace olvidar que existen condiciones estructurales que facilitan fenómenos como la corrupción. Tenemos que crear procedimientos, reglas y protocolos que no lo dejen todo en manos de personas concretas.

-¿Cómo ve el debate sobre el populismo?

-Hay distintos tipos de populismo. Es una categoría un poco zombie. Parece aplicarse a partidos concretos, pero se tendría que entender como un modo de gestionar lo político del que no se libra casi nadie. A veces insistimos en que el pueblo es soberano, lo que es una gran verdad, pero los instrumentos tradicionales como el Estado ya no pueden ejercer esa soberanía. Y no hemos sido capaces de poner de manifiesto que esa soberanía popular solo se puede ejercer si nos implicamos con otros objetos más amplios. Solo podemos ser soberanos si ponemos en común los recursos políticos. El cambio climático no se puede resolver de una forma nacional.

-Hemos pasado de la indignación a la perplejidad… ¿puede aventurar cuál será el siguiente estadio?

-Podemos apuntar tres cosas. Tenemos que dejar de enfocar las cosas como si viviéramos en sociedades de individuos y verlas en términos de sistemas. Lo segundo es buscar una inteligencia mucho más cooperativa. Focalizarse más en lo común que en lo propio. Transnacionalizar los instrumentos de gestión de lo político. Y la tercera es desarrollar sociedades democráticas con una verdadera inteligencia estratégica. Tenemos que renunciar a la agitación improductiva del corto plazo. Hace falta anticipar futuros posibles. Aunque reconozco que para esto tenemos pocos incentivos porque los plazos de rendición de cuentas son fundamentalmente electorales. Y esto es algo que nos puede llevar a cometer errores colectivos. La transformación del modelo económico, el cambio climático o la reforma de las pensiones son cuestiones de fondo que se tienen que acometer aunque no supongan beneficios a corto plazo.

-El feminismo es uno de esos conceptos que ha entrado en el debate público amparado por la movilización popular...

-Cada cierto tiempo irrumpen así en la agenda política muchos asuntos. Es decir, sin la intermediación de los agentes políticos. Ha pasado con el asunto de las pensiones. Se ha visto que los derechos de la mujer, a pesar de la retórica, estaban chocando con mentalidades muy poco atentas con las asimetrías estructurales que hay en nuestra sociedad. Este es otro contraste entre una política que actúa en el corto plazo y que no es capaz de transformaciones sociales efectivas. Otro ejemplo es la emigración.