Ricardo y Eduardo, los dos hijos de Pilar Sánchez, presidenta de Autismo Aragón, padecen autismo, aunque en grados diferentes. El primero, el mayor, fue diagnosticado a los dos años y medio como hiperactivo extremo, pero, a sus 28 años, lleva una vida «bastante normalizada». Se desenvuelve tan bien con el lenguaje que «parece un político hablando», dice su madre. Estudió en un colegio de integración «pero no eran lo que son ahora y fue horrible. Creo que perdió lo que había aprendido en Infantil», lamenta Pilar, convencida de que «se podía haber sacado más partido y un grado intelectual más alto con la ayuda necesaria».

Su hijo pequeño, de 23 años, está más afectado, hasta el punto de que no fue posible su escolarización en un centro de integración. «Hasta los 18 meses vimos un desarrollo normal, pero después comprobamos que había un retraso a nivel generalizado», recuerda Pilar. Pero el diagnóstico definitivo tuvo que esperar hasta los 7 años. «Está bastante afectado. No posee nada de lenguaje y su comportamiento es como el de un niño de dos años. Hay que lavarle, vestirle... es muy dependiente».

Para ella, la etapa inicial es la más dura. «Cuando te lo dicen, es un mazazo porque las perspectivas que tienes para tus hijos se pierden completamente. Es un trago muy gordo para los padres que hay que asimilar y gestionar bien porque ellos te necesitan en plenitud de facultades para que les ayudes».

Pero lo peor es «no saber qué les pasa cuando son pequeños. Cuando tienes algún problema puedes buscar algo para resolverlo, pero cuando no sabes por dónde van los tiros estás muy despistada y no tener a alguien cercano con el mismo problema hace que te veas muy sola y perdida».