Propongo al lector una situación libresca pero no descabellada. Imaginemos a un fugitivo. No viene al caso de qué huye; sin embargo, es esencial entender que se siente acorralado. Con un propósito desesperado de distracción, prende fuego al bosque. La reacción que provoca es previsible. Aun a sabiendas de que se trata de una artimaña, todos los colectivos sociales asumirán que apagar el fuego es una prioridad absoluta. El fugitivo, por supuesto, solo ha retrasado lo inevitable. Pero lo ha retrasado.

Ese argumento ya figura en el clásico de Polieno titulado Estratagemas, datado en el año 162 de nuestra era, que resume a su vez ocho siglos de enseñanzas en el llamado, cínicamente, arte de la guerra. De cualquier modo, quedó establecido que la distracción es una táctica recurrente entre quienes se enfrentan al fracaso absoluto. Su vigencia puede resultar más evidente si sustituimos el fugitivo por Marcelino Iglesias y el fuego por una legislación extemporánea.

Del proyecto de ley de lenguas del PSOE se ha escrito ya hasta la saciedad, pero tal vez no se ha puesto énfasis en un extremo que tiende a pasar inadvertido: ¿por qué ahora? ¿Qué impulsa al presidente de Aragón a implantar in extremis una ley peregrina, hostil a la identidad aragonesa? ¿Por qué se anuncia de pronto una nueva crisis con su socio de gobierno, debidamente orquestada en episodios? Una explicación demasiado ingenua sugiere que Iglesias ha aplazado hasta el último instante su testamento político, capaz a un tiempo de abrir cauces de diálogo con la izquierda aragonesa y de complacer las prebendas catalanistas de Zapatero. Pero el pensamiento racional tiende a la economía, y basta encontrar una razón más elemental para sospechar de motivos más sofisticados. En ese caso, ¿hay o no coincidencia entre el desarrollo de la ley de lenguas y las sombras de corrupción en la Comunidad aragonesa? ¿Es azaroso que el proyecto de ley coincida con una crisis económica de proporciones históricas? Dicho de otro modo, Iglesias ha puesto un empeño tan histriónico en señalar una dirección al debate social que cabe preguntar, sencillamente, hacia dónde prefiere que no miremos en absoluto.

No hay contradicción alguna entre la naturaleza tramposa de la ley de lenguas y la respuesta del PP. Iglesias ha provocado un incendio social que conviene extinguir con carácter prioritario; cualquier otra postura sería políticamente irresponsable. Eso implica que, de hecho, la urgencia que imprime Iglesias adquiere un cinismo sin precedentes. No importa el coste social de un debate estéril, que exige la instauración a priori de un problema inexistente; tanto da el coste económico en unas cuentas domésticas ya mermadas por la crisis. Solo importa que los aragoneses no prestemos atención al alcance de las tramas corruptas, el silencio de Iglesias, los grotescos reproches de Francisco Pina o el futuro inmediato de la economía aragonesa. Importa solo nuestra obligación ineludible de apagar el incendio premeditado de la convivencia, el sentido común y la identidad aragonesa.

Presidente provincial del PP-Huesca.