Miles de personas de distintas edades e ideologías se manifestaron el domingo en una cincuentena de ciudades españolas para reclamar un futuro digno y un cambio de modelo social. Convocadas por la plataforma ¡Democracia real ya! a través de las redes sociales, las manifestaciones tuvieron un éxito más que notable.

Dos de las características más llamativas de esas protestas tienen que ver con la desconfianza y el desencanto respecto del sistema establecido. La primera es el rechazo de la gestión tradicional de los intereses públicos a través de los partidos políticos, en sintonía con los datos que suministran desde hace al menos tres años las encuestas sobre la política como preocupación ciudadana. La otra es que las llamadas a la participación se hicieron utilizando herramientas de internet, al margen de los canales tradicionales de comunicación. La red es más inmediata y barata, pero sobre todo prescinde de los intermediarios. La afluencia a los actos, que tuvieron lugar el domingo por la tarde, que no es el mejor horario para concentraciones de este tipo, parece indicar que el método elegido es efectivo.

El fondo de las protestas es la incapacidad de los partidos para resolver de forma equitativa los problemas que se derivan de la crisis económica. Quienes se mostraban indignados el domingo en las calles españolas no pueden tener una visión muy distinta de lo que pasa del resto de los ciudadanos, porque los datos son elocuentes. Los que pagan los efectos de una grave crisis de origen financiero --de especulación financiera-- son los de abajo, los de siempre. Mientras tanto, los políticos se adaptan a los intereses del mundo de la banca y no parecen tener una idea clara de cómo hay que proceder. La diferencia estriba en que quienes protestan aún confían en dar con una salida y condenan de forma radical las manifestaciones execrables de la política, como la corrupción. Son un soplo de aire fresco.

El rechazo de la política profesionalizada les lleva también a incitar la abstención, un llamamiento que se hace a una semana de las elecciones municipales y autonómicas. Son dos circunstancias que difícilmente casan con el apoliticismo del que han hecho gala los protagonistas de las movilizaciones. Este tipo de mensajes tienen más posibilidades de calar entre los votantes de izquierdas, quizá indecisos, que entre los conservadores, mucho más movilizados y fieles a su voto habitual.