-¿Qué tal se siente uno cuando le eligen Aragonés de Honor?

-Cuando recibí la llamada de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, me produjo una profunda sorpresa con una intensa emoción. Que en estos momentos de mi vida, ya jubilado desde septiembre del 2011 de mis obligaciones profesionales y académicas que he practicado desde que concluí los estudios en 1965, de mi posición de catedrático de Urología de la Universidad de Zaragoza vinculada a la plaza de Jefe del Servicio de Urología del Hospital Miguel Servet donde he estado 42 años de mi vida, esa emoción inicial se ha convertido en una gran alegría que estoy compartiendo con mi familia y con mi entorno. En un momento de la vida en el que la afectividad está a flor de piel, conservando felizmente mis capacidades intelectuales y un razonable bienestar físico que me permite seguir practicando mis aficiones, mis deportes y actividades, un premio de esta entidad es impactante, tanto por el galardón en sí como cuando ves la relación de aragoneses que han merecido esta distinción. El hecho de que sea un médico el que recibe por primera vez el Aragonés de Honor aún hace que la satisfacción sea mayor. Me da fuerza para seguir adelante con mis valores y actividades.

-¿Siempre sintió la vocación de la medicina?

-Puede haber ocupaciones de más complejidad, pero lo que hace distinta a la medicina y donde radica la vocación es que se trata de la única profesión en la que nuestros conocimientos, habilidades y aptitudes las usamos en ayudar a los semejantes. De ahí viene la grandeza de nuestra profesión. Yo mismo, hijo de un médico y de una de las primeras médicos que hubo en España, con un hermano también médico, nunca promoví que entre mis cuatro hijos hubiera un continuismo basado en el apellido o en el mimetismo de padres a hijos. Les dije que medicina era una carrera especial. Que si sentían algo por dentro que les inclinaba a serlo iban a tener una serie de satisfacciones, exigencias, dificultades y logros que la hacen única. Y si no sentían eso, que volcaran su capacidad hacia otra ocupación. Yo he tenido la felicidad de siempre me he encontrado identificado con la medicina, no por mimetismo de mis padres, sino porque eran mis convicciones.

-Usted ha sido un hombre inquieto, pues ha ocupado numerosos cargos profesionales e institucionales españolas y europeas. ¿Se siente extraño desde que se ha jubilado?

-Todo lo contrario, no he querido prolongar mi actividad. Además de haber tenido una vida activa en lo profesional, en lo docente y en lo institucional, con responsabilidades en España, y en proyectos como el título europeo de Urología, de cuyo panel fui secretario general, la vida me ha dado muchas otras inquietudes y alicientes. Y estos años estoy disfrutando. Por ejemplo, siempre he sido aficionado a la montaña y hace unos años estuve en el Himalaya. También soy un lector empedernido, pero las exigencias de actualización permanente de mi profesión no me permitían leer todo lo que quería, y ahora puedo hacerlo. Estos años están siendo un bálsamo. Estoy viendo crecer a mis nietos con más detalle que a mis propios hijos. Y disfrutando de los amigos de verdad, esos que puedes contar con los dedos de una mano. Es un momento de absoluta felicidad. Y por si fuera poco, llega el EL PERIÓDICO y me sorprende con este bombazo de galardón. Eso hace que me diga que qué buena persona he debido de ser para merecer esto (risas). Es como me gustaría que se me recordara en esta vida, como una buena persona.

-¿Cómo era la sanidad española cuando usted salió de la facultad?

-Los que pertenecemos a mi generación (nací en 1941) conocimos un país deprimido. El aislamiento exterior de España creaba auténticas limitaciones. Pero tuve la suerte de contar con el apoyo de mis padres y los veranos de 1955 y 1956 hicimos un intercambio con una familia francesa porque mi madre quiso que aprendiera bien el que entonces era el idioma dominante en el ámbito académico. Y eso me permitió que cuando terminé la carrera tuviera una beca del Gobierno francés para pasar dos años en el mejor hospital de Urología que había en Europa, el Necker de París, que es donde se desarrolló esta especialidad a principios del siglo XX, se hizo el primer trasplante de riñón, la primera vejiga con intestino...

-Vivió mayo del 68 en una residencia de estudiantes en París.

-No solo aprendí de Urología, aquella época me abrió enormemente la mente desde el punto de vista de que había otras formas de convivencia distintas a las que teníamos en España. Cuando llevaba unos meses en París, en el año 67, surgió el movimiento hippie, y un disco emblemático de los Beatles, Sargent Pepper. El privilegio de haber vivido en la ciudad universitaria es que éramos un conjunto de profesionales de toda Europa y de África francófona. Por el colegio español pasaron muchos refugiados y exiliados como Paco Ibáñez, que venía muchos sábados con su guitarra. Aquella estancia no es que nos volviera revolucionarios, pero sí nos dio un profundo sentido crítico hacia el régimen que se vivía en España. En París y en Holanda se vivió como una rebelión de los jóvenes contra el bienestar establecido que les venía impuesto, que en sanidad y educación estaban a décadas de lo que más tarde conseguiríamos en España. Aquello fue un revulsivo.

-Y esta nueva visión del mundo, ¿la trasladó su generación a la medicina cuando regresó?

-Nuestra generación tuvimos una fortuna excepcional. Cuando mi promoción, la del 65, teníamos las especialidades hechas y algunos habíamos vuelto del extranjero surgió el programa MIR, que es el que ha cambiado la sanidad en España, junto con la generalización de los hospitales del sistema nacional de salud. Eso permitió que la ciencia se difundiera. Solo en el Servet se han formado 46 especialistas en Urología bajo mi dirección. Mi generación ha contribuido de forma determinante a que la medicina moderna se haya podido aplicar a la universalidad de los españoles de manera generosa y solidaria. Junto con eso, la universidad y la facultad de Medicina han tenido un proceso de apertura. Yo tuve la fortuna de ser el primer catedrático que era médico del Servet, en 1995, porque hasta entonces estaban todos circunscritos al Clínico. Yo fui un innovador, aunque aquello despertó erupciones en algunos. Y simpatías en otros. A raíz de aquello se convirtió también en hospital universitario, gracias al empuje del rector Juan Badiola, del gerente Antonio Rueda y de todos los médicos.

-Ahora que se jubilan, ¿dejan una sanidad y un país distinto a los que encontraron?

-Ahora que hemos concluido nuestra etapa profesional y académica podemos ver que vivimos una infancia y juventud dura en España pero con el recuerdo siempre de los valores que nos impregnaron nuestros padres y que tristemente parece que no les trasmitieron a buena parte de los políticos que ahora nos representan en nuestro país. Como persona profundamente liberal y democrática, estoy muy decepcionado con nuestros políticos.

-¿Cómo valora el actual sistema de salud?

-Los indicadores que muestran el bienestar sanitario de una sociedad, España los tiene entre los más altos del planeta. Nuestro país ha logrado eso dedicando una parte sustancialmente inferior del PIB que otros países como Francia o Alemania. Si estábamos en los mejores indicadores con unos costes muy limitados, pero en los últimos cuatro años, con los dictados de la señora Merkel, ha habido restricciones importantes en los presupuestos, y es difícil mantener esos indicadores.

-¿Estamos a tiempo de corregir ese rumbo?

-El actual Gobierno de nuestra comunidad o el que le suceda tiene que tener muy claro que nuestra universidad no puede seguir viviendo en la depresión y depauperación económica. Se tiene que seguir haciendo un esfuerzo para inyectar fondos en proyectos de conocimiento y de investigación. Si Aragón quiere dejar de ser una comunidad en la que la producción de aceite y vino y la nieve sean valores estratégicos, hay que apostar por la universidad como una de sus palancas. Si todo lo que se ha destinado a rescatar a Bankia y todos los latrocinios que hemos tenido por parte de banqueros, políticos y empresarios se dedicaran a inversiones con un compromiso social nuestro panorama sería el de un país con una voluntad y una bases para progresar. Pero no es ahí donde estamos.