Uno de los hijos de Jordi Pujol, Oleguer, acaba de comparar a su padre con el Dalai Lama. ¿En qué sentido?, se preguntarán quienes no hayan oído tan exótica metáfora. Pero si está claro, oiga... Ambos, Pujol y el Dalai, son líderes espirituales de pueblos oprimidos por potencias (España y China). Y perseguidos ellos mismos por las fuerzas oscuras de la opresión imperialista.

Esta sugerente imagen del procesado Oleguer viene a redundar en la vocación mística de la familia Pujol. No hace mucho, la autollamada madre superiora, Marta Ferrusola, se dirigía a su marido e hijos como miembros de una orden monástica, dedicada a hacer el bien a Cataluña y redundar mayores bienes a esos bancos de Andorra donde guardaban el producto de los donativos de los fieles a la religión convergente. El cepillo.

Los misales de la madre superiora eran millones a colocar por el reverendo mosén (su geston andorrano). En el cenobio de la orden pujolista, las comisiones procedentes de las obras públicas de la Generalitat presidida por el ex honorable (dejemos la cursiva fija) se interpretaban en el seno del clan como un sobresueldo o compensación por el mal remunerado trabajo de dirección espiritual que el padre Jordi llevaba a cabo indesmayablemente, en aras del servicio divino (siendo él mismo divinidad). Pero esta diabólica mezcla de misticismo catalán y nepalí no ha servido para evitar que los Pujol estén siendo investigados en bloque, constituyéndose en la única familia española que alcanza el dudoso honor de estar compuesta en su totalidad por presuntos delincuentes.

Con semejantes precedentes, seguir planteando o discutiendo las indemostrables prerrogativas de Cataluña, sus exigencias y derechos, su aspiración independentista comienza a convertirse en un insulto a la inteligencia. Porque hay que ser muy tonto, tanto como Oleguer Pujol, para seguir creyendo que la madre superiora casada con el Dalai Lama, y con el euro, representa una política defendible y honorable.

En Aragón, seguimos soportando a estos monjes negros de la orden pujolista que, fanatizados por sus becerros de oro, pretenden establecer nuevos monasterios allende sus fonteras regionales, arramblar obras de arte, instalar las madrasas de su fe para conquistar lo que la historia y la razón les negaron siempre...

Patético.