Diez años después, la emoción aún aflora entre los otros protagonistas del Prestige. A pocos días de que, el 13 de noviembre, se cumpla tan redondo aniversario y en la misma semana en que ha comenzado el juicio de la mayor causa jamás instruida en España por un delito medioambiental, los testimonios de los voluntarios que acudieron a limpiar chapapote revelan que aquello fue "algo imborrable". Por su decisiva contribución a la limpieza de más de 1.600 kilómetros de costa y por las intensas experiencias vividas. Como desde numerosos puntos del país e incluso del extranjero, desde Aragón fue partiendo, en los meses siguientes al naufragio, otra marea muy distinta a la del color negro. La formaron personas deseosas de ayudar a paliar los efectos de la mayor catástrofe natural que han vivido nuestro litoral.

La mayoría lo hizo aprovechando puentes festivos o fines de semana, y robando horas de sueño, estudio o trabajo a sus vidas. Se cruzaban el norte del país en coche o en autobús, para enfundarse el inconfundible mono blanco y pasar unas horas, unos días, entre rocas y arena pringadas de petróleo. Algunos repetían. Así, hasta medio millón de voluntarios, cuentan las crónicas de entonces, acudieron a Galicia o algún punto de la costa cantábrica, contaminada por la mancha negra del petrolero. Tras vivir intensas jornadas a pie de mar, volvían a sus lugares de origen tocados con el inconfundible olor de los hidrocarburos que llevaba encima el famoso buque liberiano, con bandera de Bahamas, y que acabó derramando al mar.

Los voluntarios, sin embargo, regresaban con algo más que las manchas y el cansancio de su experiencia. Luis Badenas, entonces responsable del Rolde Choben --las juventudes del PAR-- capitaneó hasta cinco viajes a Muxía. "En las vueltas, toda la gente lloraba, por la rabia de no poder hacer nada más", recuerda. Y añade que "era difícil volverse de allí". "La despedida del primer viaje fue muy emotiva", rememora también Conchi Vicente, que con 20 años se apuntó a las cinco expediciones organizadas por la formación política. Vicente, que llegó a vivir en Galicia al establecer una relación sentimental con un voluntario local, explica que, "aunque estaban organizadas por ellos, muchos de los que venían no tenían ningún tipo de vinculación con el partido".

ESPONTÁNEO Ambos formaron parte del numeroso grupo de aragoneses que se unió a un movimiento surgido, sobre todo al principio, de forma espontánea. Los propios habitantes de los pueblos afectados, la mayoría con marcada personalidad pesquera, fueron los primeros en lanzarse a sus costas a recoger el chapapote. "Una masa viscosa, muy pegajosa y con un olor muy desagradable, que estaba por las playas, los paseos, los parques, las casas...", relata Conchi.

Llegaron al lugar durante el puente de la Constitución del 2002, apenas quince días después del accidente que sienta en el banquillo a los supuestos responsables del derrame de unas 65.000 toneladas de petróleo. Regidos por las órdenes de Protección Civil, "un día limpiábamos miles de kilos, pero al día siguiente llegabas y volvía a estar todo negro y sentías la impotencia de que no valía para nada", cuenta Luis. Conchi explica cómo era el día a día: "Nos trasladaban a las playas con un bus y, antes de decirte la zona asignada, te proporcionaban un chubasquero, botas de agua, un peto blanco de papel, mascarilla y guantes. Y una vez que te habías enfundado todo aquello, éramos irreconocibles, con lo que así resultaba más fácil ir todos a una". "Y luego estaban los manos blancas, las personas encargadas de darte de beber agua o incluso de sonarte los mocos".

Entre los voluntarios había particulares y mucha gente adscrita a movimientos sindicales, universitarios y, por supuesto, ecologistas. Entre ellos, la asociación Fondo Natural, uno de cuyos integrantes, Federico Sancho, también aprovechó unos días de diciembre para aportar su ayuda. "Nosotros fuimos en coche y pasamos toda la noche viajando", detalla Federico. "Contactamos con SEO Birdlife y estuvimos en el programa de recorrido de playas, para buscar aves petroleadas", sigue. Y subraya una imagen que le sobrecogió: "Llegamos el segundo día a la playa de Carnota y nos topamos con una playa, inmensa, pero toda negra. Y había avalanchas de gente, cientos y cientos de voluntarios, con los monos blancos, y también de coches, gente que se había acercado para ayudar". "Me tiembla la voz conforme lo cuento", dice.

RECUERDOS No es al único. Luis se emociona al destacar, por ejemplo, "la gratitud del pueblo gallego". "Yo llegué a trabar amistad con varias familias, y después he estado en comuniones y en algunas celebraciones", añade. Conchi resalta "el lado humano, la solidaridad y el compañerismo". Y "se demuestra --continúa-- que hay muchas personas que son capaces de organizarse y unirse para ayudar al que lo necesita a cambio de nada". "El potencial enorme de la gente para cambiar las cosas", subraya Federico. Un decenio después y con la sensación generalizada de que en el banquillo no se sientan todos los responsables del vertido, a los voluntarios aragoneses se les dibuja una sonrisa cuando echan la vista atrás y rememoran una vivencia que "mereció la pena".