Tienes suerte de llegar hoy", me recibe Petros Márkaris con una sonrisa. "Mañana empiezo a escribir la nueva novela del comisario Jaritos y hasta septiembre no estaré para nadie. Pero vamos a caminar, que a Atenas se la conoce caminando". Cuando le pregunto si empezamos por la Acrópolis, se ríe y responde: "La Acrópolis es para turistas. Los atenienses sabemos que está allí, pero hemos aprendido a no verla. Caminaremos por la Atenas de verdad".

Desde que en 1995 iniciara la serie negra del comisario Jaritos, Márkaris se ha convertido en el escritor más famoso de Grecia. Su último libro, Muerte en Estambul, ha vendido 55.000 copias en su país. Márkaris, sin embargo, continúa tan campechano como siempre. Nacido en Estambul en 1937, no se instaló en Atenas hasta pasados los 20 años. Vive en el centro, se vanagloria de conocer la capital palmo a palmo y le gusta patearse sus calles como lo hace su personaje, Jaritos.

"Atenas es una ciudad dura, pero lo interesante es que tiene vida, que siempre respira", comenta mientras iniciamos el paseo. "Está llena de secretos y no deja de sorprenderte, y esto es bueno para la novela negra".

Salimos de la plaza de Omonia ("¡qué lástima que ya no estén los viejos cafés!") y enfilamos la calle de Eolu hacia el centro. La primera parada no tarda en llegar: es en la plaza de Kotzias, donde están el Banco de Grecia, el ayuntamiento y Correos.

"Cuando Grecia logró la independencia de los turcos, en 1832, el rey Otto y sus gobernantes vieron que había que construir una capital, y empezaron por aquí, con el Banco de Grecia ocupando un lugar importante porque el dinero es siempre la base de todo", explica.

Márkaris habla mientras juega con su komboloy, una especie de rosario que suelen llevar muchos griegos, aunque aclara que no tiene ningún significado religioso. Tiene muy claro el recorrido: iremos caminando por Eolu hasta Ermu y, una vez allí, deambularemos por los barrios de Monastiraki y Plaka.

En la esquina de Eolu con Evripidu, Márkaris se detiene y respira hondo.

--La calle de Evripidu es la única de Atenas con sabor oriental --sentencia--. Me gusta pasear por aquí porque me recuerda el Estambul donde nací. En El accionista mayoritario, Jaritos hace exactamente este paseo.

--O sea, que Jaritos es su alter ego.

--Yo soy más intelectual --ríe--. Jaritos es un hombre del pueblo --hace una pausa--. Para mí, esta es la parte más bonita de la ciudad. Hay edificios antiguos preciosos y, al lado, casas nuevas y horribles. Me gusta este contraste, me gusta el centro de Atenas porque tiene una belleza polémica. Una ciudad me atrae cuando no oculta sus partes feas. Si lo hace, me parece artificial, porque no existe la belleza perfecta--, agrega.

Al llegar a Ermu, en la calle peatonal que va desde la selecta plaza Sintagma al popular barrio de Monastiraki, Márkaris apunta que, cuando en el siglo XIX se construyó la capital alrededor de la Acrópolis, Atenas tenía solo 12.000 habitantes. Ahora pasa de los cuatro millones, la tercera parte de los ciudadanos de Grecia. "El rey construyó su palacio en la plaza Sintagma y, si te fijas, todas las calles del centro llevan allí", prosigue Márkaris. "En la calle Ermu puedes encontrar todas las clases sociales: los ricos, cerca del palacio; los pobres, más lejos".

En Metropoleo, cerca de la catedral, las sillas y mesas de los restaurantes invaden la calle mientras los camareros se pelean por atraer a los turistas con el cebo del suvlaki y la musaka. Unos metros más allá, en la plaza de Monastiraki, la vieja estación de metro, una iglesia ortodoxa, una antigua mezquita y las ruinas de la biblioteca de Adriano completan en pocos metros la imagen de esa extraña mezcla de culturas y gentes que es Atenas. En lo alto destaca la Acrópolis, aunque Márkaris, por supuesto, la ignora.

Al llegar a las ruinas de Keramikos, al final de Ermu, comenta el escritor: "Aquí vivía la gente importante que vino con el rey Otto cuando se creó el reino de Grecia. Quedan algunas casas bávaras muy bonitas, pero había muchas más. Las que aún resisten las salvó Melina Mercouri cuando era ministra de Cultura".

Tras atravesar la calle de Pireo, Márkaris se adentra por un barrio sin encanto hasta dar con el callejón de Granikou, un oasis arbolado y sin coches, con casitas bajas. "Me gusta esta calle porque es como otro mundo dentro de Atenas", subraya. "Al cabo de 50 metros vuelve la fealdad con la calle Termópilas, pero este callejón es único".

De regreso al centro, nos perdemos por el mercado callejero de Monastiraki y acabamos en un viejo café de 1826, "uno de los más antiguos de Atenas", desde donde a Márkaris le gusta contemplar cómo pasa la vida mientras comenta que, "por desgracia, Grecia se está convirtiendo en un país corrupto, cosa que pone en peligro el sistema democrático". Terminado el café, iniciamos el ascenso hacia esa Acrópolis que Márkaris insiste en no ver, pero nos desviamos antes de la cima por unas calles con cuestas en las que reina una calma inesperada. "Aquí comeremos bien".

La profecía de Márkaris se cumple al llegar al Psaras, una vieja taberna fundada en 1898 por la que han pasado Melina Mercouri, Giorgos Seferis, Mikis Theodorakis, Laurence Olivier, Liz Taylor... "Y Kirk Douglas", añade con una sonrisa pícara Márkaris. "Iba tan borracho que se cayó por las escaleras", recuerda.

Comemos un cordero con verduras excelente, mientras Márkaris hace una curiosa reflexión sobre cocina y literatura. "A mí me gusta la cocina tradicional griega", explica, "pero se está perdiendo. Si te fijas, en la novela negra nórdica no hay apenas cocina, en cambio sí la hay en la mediterránea. Y es que nosotros venimos de una generación en la que la madre era el centro de la casa. En los países nórdicos, la emancipación de la mujer llegó antes y esto fue bueno para ellas y malo para el comer. Ahora aquí también ha llegado la emancipación de la mujer... y la cocina tradicional está desapareciendo", sentencia. Cuando nos despedimos en la estación de metro de Monastiraki, le pregunto de nuevo a Márkaris por la Acrópolis. Sonríe mientras responde: "A la Acrópolis siempre puede ir solo. La Atenas que yo le he enseñado, en cambio, no es la de los turistas".