Los obstáculos invisibles, aquellos que bloquean el avance de una persona o un colectivo sin que necesiten un soporte físico, resultan muchas veces más difíciles de sortear que cualquier muro o alambrada. Precisamente, los estereotipos son una clara muestra de esta clase de barreras etéreas para millones de personas. Precisamente, el pueblo gitano, desde que llegara a la península ibérica allá por el siglo XV, se ha encontrado con varios prejuicios que, ya en pleno siglo XXI, se siguen manteniendo a pesar de los avances que ha habido. Y, en concreto, las mujeres que pertenecen a esta etnia soportan una doble, si no triple, discriminación: por su género y por su pertenencia étnica. No obstante, y contra estas barreras, mujeres gitanas de Aragón se elevan contra los estereotipos.

En ese sentido, Ana Asensio, profesora de servicios comunitarios del IES María Moliner, en el zaragozano barrio de Oliver, realizó su tesis doctoral sobre aquellas que habían trascendido las barreras de etnia y género, con el fin de dar una imagen positiva que pudiera servir como referente para nuevas generaciones y favorecer la continuidad en los estudios del alumnado gitano. En este trabajo mostró 16 casos que han alcanzado cuotas de autoridad, bien por la adquisición de una formación reglada, bien a través de la representación política. Mientras investigaba, Asensio observó esta triple discriminación por etnia minoritaria y por su condición de mujeres dentro de la sociedad mayoritaria y, también, en su sociedad.

DESVENTAJA

Tamara Clavería es una de las mujeres que han podido romper estas barreras. Esta diplomada en Magisterio de Educación Especial actualmente trabaja en la Fundación Secretariado Gitano. A la vez, cursa estudios de máster en Relaciones de Género en la Universidad de Zaragoza. Para ella, la situación de la mujer gitana, «aunque ha avanzado de la misma manera que ha avanzado en la sociedad mayoritaria, quizá el ritmo no es del todo positivo y todo lo fácil que debería ser» por los constantes obstáculos que encuentra. Este hecho las coloca «en una clara posición de desventaja, de pobreza, marginación y exclusión social». Así, afirma que, además de la discriminación por mujer, se enfrentan a otros dos casos: por ser gitana y por carecer de los estudios necesarios.

En cuanto a la discriminación por género, Asensio incide en su estudio en que están discriminadas «exactamente por lo mismo dentro de la sociedad mayoritaria». Y es que, recalca, la sociedad imperante es un «patriarcado». En el caso de la cultura gitana, explica que se trata igualmente de una sociedad patriarcal en la que «la autoridad está depositada en manos de hombres». Precisamente, Clavería afirma que la mujer gitana ha avanzado como en la sociedad mayoritaria, en concreto en el aspecto de la formación y en la introducción al mundo laboral. Y coincide en que el rol tradicional de la mujer gitana no es ajeno al rol de la mujer perteneciente a la sociedad mayoritaria: «vivimos en una sociedad patriarcal en la que la voz de la mujer ha sido y es, una voz que únicamente se ha escuchado como esposa y madre, como cuidadora del hogar…» pero, matiza: «en la actualidad, la voz de la mujer, y concretamente, de la mujer gitana, tiene que tener tono propio: como persona, mujer, gitana, trabajadora, estudiante… ». Ana Belén Hernández es mediadora en la Federación de Asociaciones Gitanas de Aragón (Faga) y relata que ella nunca ha sentido discriminación por ser mujer dentro del colectivo gitano.

FALTA DE FORMACIÓN

Al contrario, afirma que a la mujer «se le da mucho valor porque no solamente es ama de casa y madre, sino que si tiene que trabajar fuera de casa, trabaja y el marido la apoya». Y recalca que la falta de formación es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan a la hora de encontrar un trabajo. Así, explica que «desde temprana edad» se comprometen, son madres y se quedan sin tiempo de completar una formación. Sin embargo, destaca que ese aspecto es una «cuestión personal de superación”. En su caso, cuenta que en cuanto tuvo su segunda hija concluyó el graduado escolar y luego realizó varios cursos.

Ese acento en la educación es uno de los grandes retos en los que coinciden estas mujeres. Pilar Clavería, la Rona, es presidenta de la Faga desde hace casi 30 años y uno de los grandes referentes del colectivo. Para ella, y «aunque queda mucho camino por recorrer», sí que se ha avanzado mucho, ya que antes «la mujer gitana no estaba hasta los 16 años en la escuela porque cuando tenían 10 o 12 eran los mismos padres quienes las quitaban. Ahora son ellos quienes las escolarizan y obligan a ir». E insiste: «Nuestra juventud tiene que estudiar para sacar a nuestro pueblo adelante».

Tamara Clavería apuesta por la sensibilización de la propia comunidad, ya que «los tiempos han cambiado» y resulta necesario «buscar nuevos oficios», lo que requiere estudiar para vivir el día de mañana «en las mejores condiciones posible», dice. «Ahora ya no es suficiente que únicamente el hombre trabaje. Mis expectativas son muy positivas, son muchas las mujeres y las familias gitanas promocionadas que están cada vez menos invisibilizadas, tanto en la sociedad como en la propia comunidad gitana».