Una leucemia linfoblástica truncó el día a día de Víctor Guerrero cuando apenas tenía 4 años. Recibió quimioterapia, pero «afortunadamente» no fue necesario un trasplante de médula porque respondió bien a la medicación. «Me lo cogieron en un estadio temprano. A los 6 años me dieron el primer alta y la definitiva la tuve con 16», recuerda.

Guerrero reside en Huesca, aunque es natural de Zaragoza, donde se convirtió en uno de los niños «pioneros» de Aspanoa. «Mis padres casi fueron fundadores de la asociación, se apuntaron enseguida y siguen colaborando. Recibieron mucha ayuda psicológica», señala.

Recuerda «muy poco», dice, de sus estancias en el hospital, pero señala que «siempre» fue un niño «muy animado, vitalista, lleno de energía» y eso le ayudó. «Se me caía el pelo, aunque no llegué a quedarme calvo. También me acuerdo de que a veces iba a excursiones y algunos amigos no venían. Era porque ya habían fallecido. Esa fue la parte más dura de la enfermedad», asegura.

Guerrero es ahora padre de dos niños: Marco, que tiene más de 2 años, y Gabriel, de apenas 7 meses. Son, junto a su mujer Esther Piracés, el motor de su vida. «Con 18 años me saqué el título de monitor de tiempo libre. Hice campamentos y, en uno de ellos, que era de niños de síndrome de down, conocí a Esther, que estaba de voluntaria. «Nunca le oculté mi pasado. De crío siempre tuve la ilusón de ser padre y haberlo conseguido es para mi una meta conseguida».

Revisión anual

Tras la experiencia de tener hijos, Guerrero echa la vista atrás. «Debió de ser horroroso para mis padres. No lo quiero ni pensar. Es lo peor que le puede pasar a uno», dice. No tiene secuelas y cada año acude a revisión. «Esa cita anual la debería hacer todo el mundo», insiste.

Guerrero venció a la leucemia, pero le costó asumir su victoria. «Ahora soy consciente de lo que superé y valoró todo mucho más. Me doy cuenta de que para mí la vida es un regalo. Tengo una familia, una mujer y unos hijos estupendos y debo aprovecharla», dice.