El PNV de Iñigo Urkullu se ha, definitivamente, pujolizado. Encontrado tras larga búsqueda, prodigiosamente hallado la piedra filosofal, el santo grial de los milagros económicos. La herramienta para conservar sus votos y despojar al Estado español, al que pertenece, pero sin pertenecer, entiéndase, de nuevas finanzas y competencias. Sin que nadie, ni apenas la oposición, chiste, sin que se interpongan denuncias, sin procesos, juicios, sentencias ni detenciones, y permitiendo a los nacionalistas vascos hacer de su gobierno autónomo sayo propio, suyo, capa que todo lo tapa.

Este PNV, con sus 390. 000 votos, el 1% del censo electoral nacional, es capaz, gracias a una Ley Electoral que en el fondo nadie quiere cambiar, de autorizar, prorrogar o denegar los presupuestos generales del Estado español. O se les concede, por el artículo 33, aquello que piden, o los 5 diputados del PNV (de los 350 que componen la Cámara Baja) no votarán a favor de los números de Montoro, paralizando la actividad en todo el país. O el Estado retira el artículo 155 de Cataluña o no habrá nuevos presupuestos.

Pero, ¿qué pinta el PNV en Cataluña? ¿Qué tiene que ver una pequeña autonomía, generosamente subvencionada, como es el País Vasco, con el resto de la política y de la realidad española? Absolutamente nada. No porque no tenga peso, sino porque no quieren utilizarlo. Si se sintieran comprometidos, el lendakari asistiría a la Conferencia de presidentes autonómicos. Pero hace décadas que no acude. Ni Ardanza, ni Ibarretxe fueron... ¿Por qué? ¿Porque no se sienten representados en el Estado Autonómico? Entonces, ¿por qué le reclaman constantemente partidas, puertos, aeropuertos, cupos, impuestos, autovías o túneles como los de Bilbao, costeados con las arcas generales, con el dinero de todos los españoles? ¿Por qué exigen un trato especial? ¿Porque se creen distintos, especiales, superiores...?

Una opinión que casi nadie, salvo los más perturbados de ellos, suscribe. Urkullu, político robótico, elemental, tiene poco de estadista y el PNV despliega en el Aberri Eguna un aire medieval, a bandería o secta, que a cualquier progresista tira para atrás.

¿Cómo se ha llegado a esta situación de permanente cinismo y chantaje? Por las ínfulas del PNV, desde luego, pero sobre todo, por la inacción del Estado español.

Y así seguirá la cosa.