En el transcurso de un relevante acto institucional recientemente celebrado en Gerona, tuve ocasión de saludar al presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, y de conversar a solas unos minutos con él. Es un hombre amable y cordial, muy cercano.

Le pregunté por el momento político y por el inmediato devenir de la Comunidad que gobierna. Salvo con el procesamiento de Artur Mas, que calificó de torpeza y provocación, Puigdemont estuvo bastante prudente, con la brida cogida, dando a entender que el momento no es propicio para grandes apuestas en el terreno del independentismo, y que el reforzamiento del PP --con el que me dio la impresión no tiene relación--, en las últimas elecciones va a suponer un freno al planteamiento de cualquier consulta popular. Su partido se impone un tiempo de espera, con vistas a seguir sondeando más adelante, sin renunciar al independentismo, el "encaje" de Cataluña en una supuesta reforma de la Constitución. Le pregunté por ese modelo, si contemplaban algún precedente. Sin descartar esa posible operación, no me dio referencia.

Debería haberle preguntado por los Bienes de la Franja, pero no tuve más tiempo y la pregunta quedó en el aire, como en el aire está, sigue la respuesta definitiva al retorno de las piezas.

Este ya largo pleito, que pronto desbordó el terreno eclesiástico para erigirse ante la opinión como un conflicto cultural y político de primer orden ha enrarecido las tradicionalmente buenas relaciones entre Aragón y Cataluña. Durante siglos, territorios hermanos de una misma Corona en la que lengua, costumbres y derechos forales evolucionaron de una manera armónica.

Con la Transición, Cataluña se benefició del error de Adolfo Suárez al dividir las autonomías en dos velocidades, quedando inexplicablemente Aragón en el vagón de cola. Jordi Pujol aprovechó sus competencias para ir extendiendo un nacionalismo que, en sus aspectos más radicales, generó una grosera manipulación de la historia común, a fin de construir una Catalonia milenaria e imperial que nunca existió.

Ahora, el Gobierno de Aragón, con un combativo Javier Lambán a la cabeza, está a punto de recuperar los Bienes y desarbolar esa ilusa patraña. Los aragoneses no necesitamos que nadie nos cuente nuestra propia historia.