El crimen de Falconetti, ocurrido en 1996 y juzgado esta semana, y el de la calle Moncasi de Zaragoza, en el 2007, guardan curiosas similitudes tanto en la investigación como en el resultado final. En ambos, una huella palmar permitió a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado señalar a los acusados en el lugar de los hechos, pero esta no fue suficiente para que fueran considerados culpables por el jurado constituido en la Audiencia Provincial de Zaragoza.

En estos dos asesinatos, que pasarán a la historia negra de Aragón por no estar resueltos, tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil emplearon la dactiloscopia, que es una ciencia que sirve para identificar personas en un escenario determinado. Tan solo hace falta obtener una huella dactilar o palmar y cotejarla con la del individuo del que se sospecha para relacionarlos.

El misterio de la huella palmar

Esta práctica es fundamental para los investigadores a la hora de poder poner cara a un sospechoso y, a partir de ahí, indagar en otra clase de indicios que en una visión de conjunto demuestren que esa persona es culpable de dicho crimen. Un trabajo que colisiona con el principio judicial del in dubio pro reo, es decir, que en caso de duda, a favor del encausado. O así, al menos, se observa en la forma en la que el jurado popular trató ambos crímenes.

En los dos asuntos, los nueve hombre justos llegaron a la misma conclusión y de forma unánime: la no culpabilidad por considerar «que no había pruebas claras, directas e incriminatorias» en contra de los encausados. Un resultado que, según fuentes judiciales consultadas por este diario, podría haber sido muy diferente si un tribunal profesional, es decir, unos magistrados, hubieran sido los encargados de enjuiciar este tema. El peso de aplicar la ley en personas de la calle puede asustar, más cuando se trata de encarcelar a una persona que podría ser inocente, apuntan estas fuentes.

Por suerte para Fran Lozano (que se sentó en el banquillo en el 2010 por asestar 52 puñaladas a un albañil con el que había mantenido relaciones sexuales en el 2007) y para Pablo Miguel Canales (que fue juzgado esta semana por asesinar, decapitar y quemar a un amigo suyo en 1996) no fue así. Ambos fueron absueltos por la Audiencia de Zaragoza.

En el caso de la macabra muerte de Eduardo Montori, alias Falconetti, la Guardia Civil (que llegó a ser condecorada por su labor) decidió reabrir el asunto diez meses antes de que prescribiera. No quisieron darse por vencidos y aplicaron nuevas fórmulas tecnológicas para estudiar las fotografías que, hace 20 años, sus compañeros del instituto armado tomaron de la escena del crimen. Una huella palmar ensangrentada era la prueba principal para determinar al autor.

Tras digitalizar las viejas imágenes y ser analizadas en el laboratorio de Criminalística de la Benemérita en Madrid, los especialistas concluyeron que la huella de la pared coincidía en 12 características «únicas» con las de Pablo Miguel Canales. Un resultado que no despertaba ninguna duda de que este vecino de Ejea de los Caballeros estuvo junto al cadáver. A este informe añadieron una serie de atestados de la Policía Local de Ejea en los que Canales amenazaba a los agentes con arrancarles la cabeza como a Montori. Dos indicios que para los investigadores y, posteriormente, para la Fiscalía y el abogado del hijo de la víctima eran «incontestables» de que Canales fue el autor.

Los forenses llegaron a describir que la huella era de apoyo y que pudo producirse en uno de los momentos en los que manipuló el cadáver, pudiendo perder el equilibrio. De todo ello, el jurado señaló que «la única certeza es que estuvo allí», pero nada más. Eso, a pesar de que el procesado nunca admitió el haber ido a la casa. De esta manera, Pablo Miguel Canales, que fue defendido por el abogado Javier Elía, era absuelto.

Marca húmeda

En el crimen de la calle Moncasi, en el 2007, la Policía Nacional llegó a Fran Lozano, a partir del estudio de los mensajes que había intercambiado con la víctima, Paco Lozano, y de una huella palmar húmeda que apareció junto a la bañera. Y es que fue allí donde se halló el cadáver del fallecido, cosido a puñaladas, con los genitales entre las piernas y con una peluca negra sobre los pies. El fallecido fue lavado tras el asesinato.

A diferencia del procesado por matar a Falconetti, este acusado, que en aquel entonces era padre de familia, llegó a admitir durante el juicio que mantuvieron relaciones sexuales. Concretamente, que se masturbaron, ya que quería probar qué era eso, pero que sintió «asco» y que ya no tuvo más relaciones con él.

Su abogado defensor, el penalista José Luis Melguizo alegó que la única prueba que tenía la Policía era que estuvo en la escena del crimen. Sembró varias dudas importantes que dio por buenas el jurado: si la huella palmar era de otro joven con el que la víctima mantuvo relaciones -fue descartado por su altura- o que no fuera un ajuste de cuentas por una cuestión de drogas. Y es que la Policía apuntó al móvil fetichista frente a esta opción. En ambos asuntos no hubo testigos y nunca se encontró el arma homicida.