Organizar una boda en una finca privada puede suponer una odisea. Conocer las claves que mueven el mercado es fundamental porque puede salir muy caro. Está de moda, es indudable, pero el auge ha provocado la proliferación de particulares que han visto, en época de crisis, la oportunidad de conseguir ingresos con una propiedad que tengan infrautilizada. Moviéndose en un modelo de negocio que no tiene regulación expresa. Mucho campo y pocas puertas.

Así, algunos apuestan por competir con un precio low cost, que puede salir hasta un 80% más barato a los novios. Otros se someten a un alquiler en exclusividad con algunas de las firmas especializadas, que se nutren de ellas a cambio de clientela.

La diferencia para los novios es pagar de 100 a 120 euros por invitado, en un todo incluido con el que despreocuparse de cada detalle, o lograr una finca en bruto que puede salir hoy por 20 o 30 euros por cubierto, pero con la obligación de contratar cátering, mobiliario, iluminación, sonido, carpa y hasta el más mínimo accesorio. ¿Comprar un BMW o montarlo por piezas?.

La licencia se sobreentiende y nadie duda de que sea legal organizar la boda de un familiar en el jardín de un chalé. ¿Por qué iba a serlo en una finca cualquiera? La respuesta es clara: hay negocio. Las reglas del juego urge escribirlas.