Parece que va definiéndose el modelo agroalimentario que complace a nuestro actual Gobierno regional. El reciente y publicitado anuncio de la instalación y réplica de la Corporación Alimentaria Guissona en Épila, así lo corrobora. Unas gigantescas instalaciones que integran todo el ciclo productivo de numerosos alimentos, desde el porcino hasta el pan. Generará puestos de trabajo, miles dicen, y compraremos barato en Bon Àrea.

También crece la granja Virgen del Rosario, que va a duplicar su producción de huevos camperos, actualmente unos 30.000 diarios, frente al millón y medio convencional, que también salen del Campo de Daroca. Destinados a Carrefour en una de sus líneas diferenciada, una vez que aquí en España, al contrario que en Francia, sí vende huevos de gallinas enjaluladas.

Dado que somos un enorme desierto, parece que nuestro destino apunta, precisamente, a explotar el territorio para alimentar, de forma bastante industrial, a la población que nos rodea, cómodamente instalada en ciudades bien dotadas de servicios. O al menos, eso se desprende de las explicaciones de nuestros responsables políticos.

Desde el pesimismo -hay más tocinos en Aragón que personas−, uno espera que, al menos, esta apuesta no impida los proyectos pequeños y cercanos, los ecológicos, aquellos en los que conocemos al productor de alimentos, es decir al agricultor y ganadero. Que requiere territorio, sí, pero menos y más integrado en su entorno rural.

Prodúzcanse alimentos industriales a precios ridículos si así lo quiere mayoritariamente la ciudadanía, vale. Pero dejen también que quienes consideran su forma de comer otra forma más de hacer política la puedan ejercer. Apoyen a los pequeños con las misma fruición que a los grandes, aunque no proporcionen titulares; o al menos no les pongan dificultades.

Ni se imaginan ustedes lo complicado que resulta en esta tierra elaborar queso con leche cruda. Con lo fácil que resulta una vez cruzados los Pirineos.