El ente público interrumpió el marte su Telediario de las tres para conectar en directo con la rueda de prensa que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, ofrecía a la salida de su entrevista con Felipe VI. Máximos honores televisivos para quien, de momento, no es ni siquiera líder de la oposición. Porque, ¿cuándo TVE, en tantos años de Transición, ha cortado el noticiario para ofrecer una rueda de CiU, CDS, IU...?

El caso es que don Pablo, con la audiencia a su disposición, comenzó su intervención con una loa al Rey, a quien, desde que es diputado, se refiere respetuosamente como "el jefe del Estado". Siguió disculpándose por el hecho de que el conductor que le llevaba a Zarzuela se hubiera equivocado de dirección, haciendo esperar al monarca, para acto continuo alabar nuevamente ante los medios "la lucidez y solvencia" de don Felipe, con quien, al parecer, mantuvo un ameno e instructivo debate y a quien trasladó su idea de ese "pacto a la valenciana" que en Aragón suena un poco como a paella mixta de pollo y marisco: una alianza de partidos supuestamente de izquierdas y supuestamente republicanos... ¿O no?

Porque si verdaderamente lo fueran, todos esos elogios a la Corona, a su jefatura, claridad y eficacia, quizá se diluirían en protocolarias fórmulas de mera cortesía, sin tanta prosopeya y boato.

Un republicano cabal, quiérese decir, no debería conchabar tanto con las coronadas testas, limitándose a respetar el tránsito de nuestra historia reciente y a proponer sus alternativas, tanto para las alianzas de Gobierno como para la definición de nuestro Estado, si monarquía o república.

No es improbable que si un líder se presentase ante el electorado español como republicano de izquierdas, dispuesto a cambiar de verdad las cosas, abolir la monarquía y la religión, nacionalizar la banca y los medios de producción, alinearnos con otros bloques internacionales, ganara su definición y su público. Lo contrario, este juego de tronos, amagos y fintas, este inacabable postureo exento de programas o proyectos concretos solo conduce a la equiparación por la base de partidos que pudieron ser revolucionarios y que acaban en bancadas burguesas, tomando café y esperando la extra.

Y es que, en esta España aburrida y circular, los jóvenes se están haciendo mayores y monárquicos a marchas forzadas.