Solo hay 369 en el mundo, dos de ellos españoles. Y uno aragonés. Es Fernando Mora, viñador, que el pasado lunes se convirtió en master of wine. Un prestigioso título muy difícil de conseguir, que exige varios años de estudio y trabajo -el aragonés es de los pocos, nueve, que han aprobado todos los pasos a la primera- y que lo sitúa en la élite mundial de expertos en vino.

Y valga como curiosidad que Mora es ingeniero aeronáutico y dejó todo, hace escasos años, por la potente atracción, tardía, que sintió por el mundo del vino. Lo comenzó elaborando en la bañera de su casa con las uvas que le vendió un amigo y hoy es socio de dos bodegas, Frontonio y Cuevas de Arom, que además que dar mucho que hablar, han proporcionado numerosas alegrías a los aficionados.

Se suma así Fernando Mora a la pléyade de elaboradores, viticultores, sumilleres, maitres, etcétera que están trabajando aquí y desarrollando interesantes proyectos. Un capital humano y profesional del que presumiría cualquier otra comunidad, pero que aquí casi tienen que pedir perdón.

No es un hecho casual. Estos jovenzanos, sobradamente preparados, se han apoyado en la sabiduría de sus mayores y han sabido hacer peña, apoyarse mutuamente, competir en buena lid apoyando siempre al más destacado. Suponen un magnífico ejemplo de colaboración, pasión, trabajo, desarrollo sostenible basado en los productos autóctonos.

Y todos ejercen de embajadores de su tierra. Llevan la garnacha, los vinos, el fruto de nuestras laderas extremas a cualquier rincón del mundo. Porque creen en ello, sin ninguna otra presión. Y la inmensa mayoría de ellos, simbolizados hoy en Fernando Mora, lo han hecho sin apenas apoyos externos. A la brava. Queda esperar que finalmente sus conciudadanos y administradores les valoren y reconozcan antes de que les salgan canas. Significará que algo va cambiando por aquí. ¡Ojalá!