Si un día su hijo o hija le cuenta que ha recibido en clase la visita de un grupo de moteros tatuados, con sus chupas de cuero y a lomos de sus Harley-Davidson, no piense que le está tomando el tomando el pelo. Si además le dice que esas personas accedieron al patio del centro al son del rugir de sus motos y que le dieron una charla sobre el acoso escolar y el bullying, créaselo. Porque le estará hablando de la asociación de Protección a la Infancia Contra el Abuso (PICA), un colectivo que dedica su tiempo libre a proteger y acompañar a menores víctimas de abusos físicos, psicológicos y sexuales.

«Siempre que haya un chaval que esté pasando por una situación difícil, nosotros lo vamos a valorar. Nuestro fin es ayudar a quien lo necesite y concienciar acerca del respeto, de que nadie tiene que juzgar a nadie», explica Latxo, el presidente y uno de los fundadores de PICA.

Su imagen no pasa desapercibida. Y eso, unido a su mensaje de concienciación, capta la atención «al instante» del menor. «Yo mido 1,90, voy tatuado por todos los lados y tengo una Harley que hace mucho ruido. A estos chavales de 12 o 13 años les encantan las motos y, cuando les hablas, con ese aspecto físico y perfil, no dejan de verlo como que les habla la ley. Seamos nosotros o cualquier otra persona adulta», apunta Latxo.

Llamadas constantes

El colectivo, integrado por 22 hombres y mujeres que, en su día a día, son policías, militares, amas de casa, ingenieros, empresarios o limpiadores, cuentan con el respaldo del Departamento de Educación, la Policía Nacional y la Guardia Civil, la Fiscalía de Menores y el Justicia de Aragón. Su madrina es la directora de Justicia e Interior de la DGA, María Ángeles Júlvez. «En las charlas en institutos explicamos qué es el abuso, qué no, cómo pedir ayuda y, sobre todo, de qué herramientas disponen. Hablamos de un ambiente de miedo, de chivatismo, y nosotros les facilitamos ese anonimato y confianza», cuenta el presidente del PICA.

De momento, ya suman a sus espaldas 75 charlas en centros educativos. «Desde hace tres años tenemos una actividad constante. Los propios institutos nos reclaman», añade.

Su teléfono no deja de sonar. «A veces son afectados, otras sus amigos o los padres. Llama mucha gente, incluso de madrugada, y eso no nos sorprende, porque es un problema muy arraigado en la sociedad. Las redes sociales han ayudado a que pierdan el miedo a solicitar ayuda a tiempo. La prontitud de la denuncia de un caso es garantía para que la solución llegue antes», asegura Latxo.

Víctima olvidada

El presidente apunta que «la Justicia actúa, pero se olvida de la víctima. En la mayoría de las ocasiones, lo más fácil es cambiar de colegio, pero el problema se repite. Los niños de ahora no viven la realidad de antes, porque están conectados 24 horas, son más vulnerables a todo», indica.

El procedimiento que siguen en PICA, una vez que se encuentran ante un posible caso de acoso, pasa por una valoración, una investigación para saber si constan denuncias previas, una reunión con los tutores y el menor y, en última instancia, se activa el protocolo de protección si es una situación real de acoso. «Ocho de cada diez casos valorados son por un conflicto con algún niño o por paranoia de los padres. Por eso tenemos que estudiarlo muy bien y contamos con un gabinete de psicólogos y personal jurídico», dice Latxo.

Todos los procesos que en marcha son sufragados por la asociación. «Las instituciones es cierto que no nos aportan nada, bien porque no tienen presupuestos o porque no lo pueden asumir».

Al final, su mayor recompensa está en la sonrisa de los niños. «Dedicamos, con gusto, todo nuestro tiempo libre a esto. Es una satisfacción plena cuando logras ayudar a un chaval y ves que se hace fuerte, seguro y se valora», expresa Latxo, quien asegura que ya trabajan también con adultos que, en su infancia, sufrieron acoso o abuso.