El presidente italiano, Giorgio Napolitano, criticó el plan de juste presupuestario del primer ministro Silvio Berlusconi con estas expresivas palabras: "Tenemos una deuda pesada sobre los hombros y debemos contener el gasto público. Pero no podemos recortar todo. El arte de la política consiste precisamente en tomar decisiones (...) Hay una gran confusión, un vacío en las prioridades de la atribución de los recursos públicos". El mismo día, el presidente valenciano, Francisco Camps, defendía ante las críticas de la oposición su política de grandes proyectos y eventos: "La Comunidad Valenciana --dijo-- tenía que ponerse en pie, tener proyección internacional, actuar sin complejos y ser una referencia en España y en Europa". Uno y otro reflejaban las dos posiciones de un debate que se extiende por toda Europa (más por el Sur), donde la visión de quienes aún creen que el papel de las instituciones es redistribuir la riqueza y contribuir al bien común se enfrentan a los que usan el poder político para llevar a cabo complejas y oscuras operaciones destinadas a trasvasar el dinero público a los bolsillos privados.

Es perentorio en estos momentos, con la crisis (política y económica) pisándonos los talones, determinar qué queremos los ciudadanos, qué vamos a exigir, por ejemplo, a quienes se presenten como candidatos a nuestras próximas elecciones autonómicas y locales: una asignación del gasto que ponga por delante los intereses colectivos, el mantenimiento de los servicios y la integración social, o que, por el contrario, priorice el espectáculo, los proyectos de relumbrón y los particulares intereses de personas o empresas privilegiadas.

Los cínicos dirán que, pese a todo, Berlusconi y Camps han tenido sonados éxitos electorales y reciben el apoyo de amplios sectores de la ciudadanía. Es más, han generado un modelo que en estos momentos extiende su franquicia a otros espacios (¿Aragón, sin ir más lejos?). El susodicho modelo propone criterios políticos y sociales postmodernos y neoconservadores; por ejemplo el control de los medios de comunicación, o la oscuridad de las cuentas públicas. Se configura un nuevo despotismo en el cual las masas sólo perciben el brillo de los eventos, pero ignoran el coste de los mismos. Las noticias sobre los acontecimientos y los proyectos (deportivos, pseudoculturales o urbanísticos) escamotean los datos relativos al dinero invertido y a los costes de mantenimiento. La gente se ve invadida por una autoestima artificial (¿esto ocurre en mi región!, ¡mi ciudad!, ¡mi pueblo!) pero ignora qué otros bienes o servicios está perdiendo por la presunta ventaja de ser "referencia en España y en Europa".

Se darán cuenta de que, por una vez, este Mirador no se ha referido de manera específica a la realidad de nuestra querida Tierra Noble... ¿O sí?