Pequeños, mayores, animales, escaparates... La víspera de Todos los Santos --Halloween en modo anglosajón-- se ha convertido en una cita para la salida a la calle de brujas, vampiros, momias, zombies, catrinas, esqueletos, calabazas iluminadas, telarañas, arañas venenosas, murciélagos y todo tipo de personajes, cuanto más monstruosos y terroríficos, mejor. El caso es asustar, dar miedo.

Y en torno a esta fiesta pagana en colegios, bibliotecas y centros de ocio se han organizado actividades de lo más variopintas, desde talleres de disfraces y maquillaje a otros de escritura o pintura de catrinas. La mayoría destinados a los niños, que son los que más viven esta festividad.

En los barrios de población más joven anoche se fue de puerta en puerta en busca de caramelos y chucherías como respuesta a la pregunta ¿Truco o trato? Pero, más llamativo resulta si cabe ver cómo el comercio se ha subido a la moda de esta festividad tan americana o tan celta, según se mire. Ópticas, estancos, fruterías, tiendas de ropa, zapaterías, farmacias, peluquerías... todo escaparate que se precie se caracteriza para la ocasión: telarañas, calaveras, calabazas, monstruos, sangre...

«Yo también me disfrazo, me pongo mi gorro de bruja y me pinto la cara para atender a los clientes», explica divertida Marcela, al otro lado del mostrador de su frutería, en la que no faltan las calabazas ya dibujadas para extraer lo que sobra y darles vida con las velas. «Cada año traemos más porque cada vez hay más demanda», añade. Y advierte. «Esto no es tan nuevo, que yo en mi pueblo ya lo hacía de pequeña».

Sorprendidos se quedaron también ayer los usuarios del centro deportivo municipal Duquesa Villahermosa. «Los trabajadores iban ambientados y todo estaba decorado. El año pasado me han dicho que hasta la zona de saunas tenía aspecto terrorífico», añadió una habitual del gimnasio.

La prueba de que la festividad está en auge la aportan las tiendas de disfraces, donde aseguran que este año se ha vuelto a las ventas de antes de la crisis. Y no solo de vestimentas y maquillajes, también de utensilios de broma, vajillas y elementos decorativos «terroríficos».

«Yo siempre me he disfrazado» explica Cintia, de 10 años. «Al principio mi madre se vestía también porque mi hermano y yo éramos pequeños, pero ahora ya quedamos con los amigos y vamos en grupo a pedir caramelos por la urbanización», añade.

Nuevos tiempos y nuevos usos de la fiesta. Aunque siempre quedará el Tenorio.