Los grupos políticos emergentes que han llegado al poder en varios de los ayuntamientos más importantes de España han reabierto el debate, nunca dormido, sobre monarquía sí o no. Y lo han hecho sin contar con la participación ciudadana. El alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, decidió cambiar por decreto el nombre del Pabellón Príncipe Felipe por el del entrenador de baloncesto José Luis Abós. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, retiró el retrato de Felipe VI del salón de plenos sin previo aviso. Cádiz, el municipio orensano de A Rúa, Moañana (Pontevedra), Terrasa, Sabadell... también han hecho lo propio. Las nuevas izquierdas ciudadanas están eliminando los elementos con componentes monárquicos.

A diferencia del resto de ciudades, Zaragoza no ha tocado los símbolos que se encuentra en el interior del la casa consistorial. El busto del rey Felipe VI sigue presidiendo los plenos. En cambio, ha decidido rebautizar un icono deportivo a nivel mundial, el Pabellón Príncipe Felipe. Ahora se plantea el dilema sobre qué ocurrirá con aquellos monumentos, calles o centros públicos que también lleven el nombre de un monarca.

Menciones

Zaragoza no es una ciudad que se caracterice por una profunda huella monárquica. Las referencias son hacia reyes antiguos, aunque no en todos los casos ha cuajado, como se demuestra en el polígono Rey Fernando, conocido popularmente por el Actur.

En cuanto a calles, las principales como la avenida Fernando el Católico y su prolongación, Isabel la Católica, Alfonso o Don Jaime parecen intocables. Con el paso de los años, y por su ubicación en pleno centro, se han convertido en puntos de referencia. Hay otras en ensanches más recientes, como Juan Carlos I en Universidad, la plaza Reina Sofía en San José o, remonántonos hacia atrás, Doña Blanca de Navarra en Delicias, pero el callejero monárquico es limitado. No da para mucho más. Los borbones Alfonso XII y XIII no tienen vía pública, pero sí monumentos.

El Rey Alfonso I el Batallador preside el Parque Grande Labordeta, antes llamado Primo de Rivera y cuyo nombre se cambió por su relación con la dictadura. El pedestal y la estatua, de piedra, granito, mármol y bronce se colocaron en 1923 y la escultura del león en 1927. Desde entonces, el único peligro al que se enfrenta es el vandalismo.

En la plaza San Francisco hay una escultura de bronce de 13 metros y medio de alto sobre una plataforma de ocho metros de Fernando el Católico. La promovió el alcalde Cesáreo Alierta. Se elaboró entre 1968 y 1969 y se inauguró en 1969.

El historiador Julián Casanova considera que el debate está mal planteado. "¿Cómo es la alternativa republicana?", cuestiona. "La monarquía juancarlista es democrática, si se derriban los símbolos se tiene que hacer con una alternativa republicana", explica, "en la que no haya partidos corruptos.

A diferencia de lo que ocurre con los símbolos franquistas, los de la Casa Real no llevan implícitos episodios sangrientos que puedan justificar su retirada. "Los símbolos solo tiene sentido derribarlos cuando hay alternativa", apunta.

El problema, concluye, es el modo en el que se está debatiendo "este legado del pasado" y cómo se están tomando las decisiones para tratar de acallarlo. La cuestión es: ¿tiene legitimidad para hacerlo un alcalde en minoría?