Durante años, Nocito fue una aldea perdida al norte de la sierra de Guara, no muy lejos del puerto de Monrepós. Como tantos pueblos aragoneses, desde mediados del siglo pasado se fue deshabitando y tan solo la llegada del turismo francés a finales de los 60 impidió su casi total desaparición.

De hecho, en la actualidad, Nocito tiene más residentes franceses que españoles, tanto en invierno, cuando queda reducido a siete habitantes, como en verano, una época en la que la localidad puede alcanzar los dos centenares de vecinos, contando los que se alojan en el cámping local y en las viviendas rurales. Natalie y su marido, de la ciudad francesa de Estrasburgo, llegaron a Nocito por primera vez en el 2007, atraídos en gran medida por la fama que la aldea había adquirido en su país por la cercanía de los barrancos de la sierra de Guara.

«Lo que más nos gusta de aquí es la naturaleza y el sol», explica Natalie, que es profesora en excedencia y regenta una vivienda rural, Casa Villacampa, un sólido edificio de piedra, típico del Prepirineo oscense. «Cuando llegamos, solo quedaban tres personas que vivían durante todo el año», precisa.

El pueblo, al igual que sucede en la mayor parte de Aragón, solo se animaba en verano y en otras épocas de vacaciones. Natalie y su esposo se acercaron a esa zona montañosa de Huesca para hacer senderismo y recorrieron toda la sierra de Guara, un enclave que gusta a los franceses porque la huella humana apenas se deja sentir y se mantiene un raro equilibro entre el hombre y la naturaleza. En Nocito les llamó la atención una vieja construcción, la alquilaron y la transformaron en alojamiento turístico.

En realidad, explica Natalie, cuyo marido es contable y también está en excedencia, los redescubridores de Nocito fueron unos hippies que aterrizaron no se sabe muy bien cómo en el pueblo, a caballo de los años 60 y los 70, y se instalaron en casas abandonadas. Entre ellos predominaban los procedentes de Francia, pero los había también de otros países europeos.

Andando el tiempo, estos pioneros adquirieron un terreno y una borda a un vecino emigrado a Barcelona y levantaron casitas de madera. Así fue cómo empezó el renacer del pueblo, que realmente nunca se había quedado solo, dado que había lugareños que seguían explotando la ganadería y la agricultura.

Tras rozar la ruina total en aquella época de éxodo rural, Nocito empezó un proceso de reconstrucción hispanofrancés. Algunos de los antiguos residentes que se habían marchado regresaron y arreglaron sus casas, mientras que los franceses, muchos de ellos del cercano Béarn (la zona entre Oloron y Pau) hacían otro tanto con edificios alquilados o comprados. Así fue como surgieron los alojamientos rurales, los restaurantes e incluso un cámping, negocios que funcionan sobre todo en época de vacaciones.

De forma que en estos momentos Nocito cuenta con 30 casas en pie, una población de 200 almas en temporada alta y dos carreteras de acceso asfaltadas. Una de ellas lleva a Molino Villobas, en la Guarguera, y la otra, a Arguís por el puerto de Monrepós. Definitivamente, ya no es un pueblo aislado. El pueblo en sí merece una visita. En sus cercanías se pueden encontrar dólmenes, monumentos megalíticos que en la zona reciben el nombre de casas de brujas. Además, a dos kilómetros del casco se levanta la ermita de San Úrbez, un anacoreta que llegó a la sierra de Guara desde Burdeos en el siglo VIII , según reza la tradición, a modo de anticipo de lo que iba a ser la invasión turística francesa de las pasadas décadas.