El público se lo pasa muy bien con la saga de Ocho apellidos.

Proyecto cinematográfico que, una vez despachadas con beneficios las entregas dedicadas a vascos, catalanes y andaluces, apunta a formato de saga, por lo que no sería del todo improbable que en un futuro llege a las pantallas Ocho apellidos aragoneses. Teniendo en cuenta, además, que el humor del director, Martínez Lázaro, cada vez se aproxima más a los registros clásicos de un Martínez Soria o de un Esteso, conjugando ingenio y chascarrillo, humor blanco y lugares comunes, con el políticamente correcto resultado de integrar paisanajes y nacionalidades, haciendo que guipuchis y trianeros se entiendan, enamoren, multipliquen.

Pero la película de la realidad no es, por desgracia, tan simple ni divertida.

De esa Cataluña que solo quiere sumar o contar sus apellidos catalanes de pura cepa, ocho o más, no entran, sino que más bien salen otros muchos apellidos que no quieren pasar lista, ni humillar el lomo bajo las horcas caudinas o pasillo de bastones de alcaldes que protegen al presidente Mas en su jaula de incomprensión y aislamiento internacional.

Nadie en Europa, salvo los de ocho apellidos, los del rh, quieren esa pequeña república de fanáticos, y emigran de Cataluña, o si se quedan es dispuestos a impedir la consumación del error.

Hay ciudadanos, funcionarios, asalariados, que no tienen fácil moverse, pero en el imaginario de los empresarios catalanes comienza a anidar la semilla de la deslocalización, y no son pocos los que ya han dado ese paso, un poco como lo que sucedió con los industriales vascos en los llamados "años de plomo".

La vida sigue, y mientras nuestros vecinos del condado ruedan nuevas escenas y tomas falsas de su tragicomedia, Aragón recibe con los brazos abiertos a un número cada vez mayor de empresarios catalanes que encuentran en nuestros polígonos, administraciones, profesionales y técnicos, medios de comunicación y opinión pública un clima laboral favorable y unas expectativas económicas más que razonables.

Que se redondearían si el Gobierno de Javier Lambán, como clama Teruel, obtiene mejoras en el corredor Cantábrico--Mediterráneo y consigue abrir la frontera con Francia al tráfico mercantil masivo.

Bienvenidos sean esos catalanes, aunque no tengan ocho apellidos.