El consejero de Sanidad y Bienestar Social, Ricardo Oliván, es un fenómeno. Su personalidad y estilo encarnan a la perfección una manera de actuar delirante, ineficaz y destructiva... pero a la vez desenfadada, sarcástica e inmune a cualquier exigencia habitual en los sistemas democráticos. Sus declaraciones públicas son tan inauditas y su actos tan contrarios al interés general y a la simple lógica, que en un escenario político normal ya hubiese tenido que dimitir o habría sido cesado para evitar males mayores. ¡Ah!, pero hoy la normalidad es anormal. Vivimos en un lugar extraño, donde los usos y costumbres se han pervertido más allá de la imaginable. Ahí, en ese ámbito siniestro, Oliván puede desafiar a los enfermos mentales y a sus familias, puede desdeñar la publicación de las listas de espera, puede decir con absoluto cinismo que ha venido a salvar ese mismo Salud que barrena cada día con feroz afán.

El consejero no recibirá a la Plataforma de Salud Mental de Aragón porque dicha organización ha convocado manifestaciones contra la centralización de las Unidades de Psiquiatría en Zaragoza. Al que no pasa por el aro, ni agua. Desde hace meses la citada Plataforma quiere hablar con el máximo responsable de la sanidad pública. Pero también siete sociedades profesionales (de psiquiatras y neuropsiquiatras, de otros especialistas, de enfermeras, de rehabilitadores) le pidieron audiencia en julio del año pasado. Hasta hoy.

No, esto no es normal. La reagrupación de las unidades de salud mental del sector II de Zaragoza en los centros de Valdespartera y Sagasta ha dinamitado el Modelo Comunitario que hasta ahora se basaba en la proximidad, la accesibilidad y la integración de los pacientes. Para muchos enfermos (y sus familias o cuidadores) los largos desplazamientos van a ser un terrible problema añadido a su delicada situación. La continuidad asistencial a personas que sufren trastornos mentales graves puede quebrarse.

En Aragón, la organización y la planificación de la salud mental ya presentaba notables carencias (en presupuesto, en recursos hospitalarios, en inserción laboral, en residencias, en programas de rehabilitación). Ahora está sufriendo una devaluación inaceptable. Ya veremos cuáles son las consecuencias.

Pero Oliván no se inmuta. A él todo esto parece importarle un rábano. Este viernes, en pleno delirio, se negó a publicar las listas de espera (un ejercicio de transparencia puesto en marcha por su predecesora, Luisa Noeno). Ni listas ni explicaciones ni diálogo; en su lugar, recortes, arbitrariedades y pitorreo. Gran momento para la sanidad privada, a la que el consejero ofrece convenios con el dinero que hurta a la pública. Esto, la verdad, es una locura.