Vivimos una elevada profusión de eventos gastronómicos. Se encadenan jornadas, propuestas, certámenes, concursos, ya casi sin solución de continuidad. El aficionado a la buena mesa se enfrenta cotidianamente a un elevado número de propuestas, a las que, por tiempo o presupuesto, no puede llegar. Y se exaspera.

No hay que preocuparse, sino reflexionar y optar. La hostelería aragonesa, más dinámica de lo que suponemos -compare con las similares-está siendo capaz de generar muchas sugerencias que, en ocasiones, parecen demasiadas. Incluso hay quien las ve como una manera, casi desesperada, de atraer clientes. Veámoslo de otra manera.

Cada vez más, los restaurantes se están ubicando en dos segmentos bien diferenciados, aunque no contradictorios, el de servicio, que nos alimenta, y el que nos procura placer, más allá de las necesidades fisiológicas, reservado para momentos especiales. Y la clientela, por su parte, está también optando por ir a consumir un menú razonable, a precio sensato, reservando para los momentos de ocio otros establecimientos, o el mismo, que se centran más en destacar por su cocina, servicio, ambiente, etc.

En el marco de este escenario, los diferentes eventos sirven, precisamente, para que los restaurantes y bares se posicionen, buscando su espacio singular y, si es posible, diferenciado. Es decir y por ejemplo, si un establecimiento, durante el actual certamen Premios Horeca ofrece un menú a 30 o 45 euros, está vendiendo su imagen, con lo cual, durante este mes, hará un esfuerzo promocional sirviendo más por menos. Buena razón para ir.

Tal es la teoría y para ello deben servir estos eventos. Como excusa para salir o elegir, y para quedarse con la copla. Quien haya participado en cualquiera de las ya terminadas jornadas de la trufa es un establecimiento que -siempre supuestamente− se ha preocupado por entender este hongo y servirlo de la mejor manera, dentro de su estilo. Ergo, podré volver la siguiente temporada.