Las tres próximas semanas llegará la plenitud al Pirineo aragonés. Para muchos, el otoño es la estación más bella y un momento ideal para perderse por los sugestivos paisajes de los valles pirenaicos.

Hasta comienzos de noviembre, la estación de las hojas caídas alcanza su máxima expresión gracias a los múltiples colores de la naturaleza. La temperatura desciende, el día es más corto, la lluvia limpia los caminos y refresca la naturaleza de una temperatura que ha sido sofocante en verano.

Los bosques pirenaicos, que son una fiesta de colores para la vista, invitan a que los senderistas los conozcan. Marrones, amarillos, rojos, verdes son una sinfonía de la que forman parte pinos, abetos, robles, hayas, arces, abedules, cerezos, fresnos y chopos.

Paisaje de ensueño

El Cañón de Añisclo, situado en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, es uno de los lugares con mayor fama de Aragón. El panorama de cumbres, abismos, precipicios y rocas sumergidas en las brumas otoñales y salpicadas por los bosques de robles y hayas recuerdan un paisaje japonés.

Desde el cielo, el Cañón de Añisclo es una profunda hendidura que parece hecha con un cuchillo. Es la naturaleza salvaje en estado puro y no se parece a la regularidad de los estratos de Ordesa o la grandiosidad de Pineta. Labrado por la erosión del río Bellós, por encima de la inmensa grieta se encuentran apacibles y suaves pastos.

Añisclo tiene 27 kilómetros de longitud en una orientación norte/sudeste, de los que la mitad lo recorre una carretera desde Escalona hasta el Puente de San Urbez. La carretera se construyó por la empresa Hidronitro en los años cuarenta para estudiar la posibilidad del aprovechamiento hidroeléctrico del Bellós. La polémica se levantó a principios de los 80 con el intento de construir una presa, pero en 1982 el Parque vio ampliada su extensión a su superficie actual (15.613 kilómetros cuadrados), incluyendo en sus límites Escuaín, Pineta y Añisclo.

El Cañón de Añisclo es un mundo ideal para hacer excursiones otoñales de diferente dureza. Desde recorridos adaptados para las personas mayores o los más pequeños, a trazados y travesías para montañeros muy avezados.

La excursión típica parte a la altura del puente de San Urbez, construído en el siglo XVIII y se adentra en dirección norte por el Bellós hasta el Collado de Añisclo. Para el que lo quiera realizar íntegro, debe superar un desnivel de 1.500 metros desde San Urbez (980 metros) hasta el collado a 2.460 metros durante seis horas. Es recomendable la clásica travesía de Añisclo al valle de Pineta. Se necesitan dos coches y un día entero para completar el recorrido.

Paseo botánico

El sendero sube de manera progresiva, salpicado por la vista de bellas cascadas, paredones y bosques de hayas, tilos y tejos, que lo convierten en un paseo botánico. La primera referencia es la ermita dedicada a San Urbez y que se haya bajo un bóveda de piedra. Este eremita de costumbres cavernícolas atraía las aguas de lluvias. El senderista contempla en una caminata cómoda lugares de gran belleza como la Ripareta, el barranco de la Capradiza y las inmensas praderas carentes de bosque en la Fuenblanca. Aquí nace de una surgencia el río Bellós y el senderista puede seguir hacia el norte en dirección al collado o girar a su izquierda por el G.R-11 hasta el refugio de Góriz.

Otras muchas excursiones de diferente dificultad se pueden realizar en Añisclo. Entre las más duras se encuentran las de la subida a la cima de los Sestrales Alto (2.106 metros), de 1.200 metros de desnivel con seis horas de ida y vuelta. Similar, aunque menos exigente es la ascensión desde Nerín al Mondoto (1.962 metros). Otro recorrido tiene como protagonista la Faja de la Pardina, que puede comenzar en Cuello Arenas y finaliza en la Capradiza, en una excursión de media jornada.

Otras visitas son las del valle de Vió, la travesía de Bestué, Plana Canal y Fuenblanca o la fácil excursión por el Puente de las Espuciallas, Sercué, San Urbez y el Molino de Aso.