El libro de Esteban C. Gómez "El eco de las descargas" ha conmocionado a los jacetanos. No es para menos. La obra, documentada con precisión milimétrica, recupera la memoria de aquel verano del 36 y de los meses que vinieron luego, cuando Jaca, cuna de la República, fue sometida a una represión implacable: más de cuatrocientos fusilados, cientos de personas encarceladas o forzadas a huir... Este es el retrato de una sociedad sometida a un horrible trauma físico y psicológico, forzada a la amnesia más profunda, sumida en un shock agudo. El paradigma de lo que ocurrió en toda la región. Porque allí, en el pasado, se construyó con sangre y miedo la psicología colectiva de los aragoneses, en cuyo subconsciente sigue grabada hoy la oscura y semioculta memoria de lo ocurrido durante la Guerra Civil. Y desde allí se proyectan las causas de nuestras peores singularidades: la reticencia a adoptar compromisos públicos, el atraso cultural, la alarma que suelen provocar las innovaciones y las ideas progresistas en general, las consabidas advertencias a quienes en un momento dado se significan (¡ten cuidado!, ¡no te des a entender!, ¡no te metas a redentor!). La pasividad ante el poder, los silencios y las inercias se cimentaron entonces, cuando la población jacetana (y la de Zaragoza capital y la de Teruel y la de tantos lugares) fue literalmente diezmada; cuando los mejores y los más valientes fueron asesinados.

El velo que cubre la memoria se descorre lentamente. Desde aquellos recuerdos del cura del cementerio de Torrero publicados por Larrañeta en "Andalán" hasta los libros de Julián Casanova y otros historiadores, pasando por reportajes como el recientemente galardonado de Lola Ester, la verdad emerge al fin. Aragón se sienta en el diván del psiquiatra y rememora su traumático pasado, en un intento de explicarnos el presente y de exorcizar los demonios que atormentan nuestro subconsciente común. Será doloroso, pero es imprescindible.