Una de las casas más hermosas de Zaragoza es La Casa Amarilla, la galería de arte y librería que emprendió Carolina Rojo y han continuado Chus Tudelilla y Juanjo Vázquez. Un lugar de encuentros artísticos e intelectuales donde permanentemente pasan, suceden cosas. Donde hay intercambio, debate, puntos de vista, variedad, riqueza y muchas sorpresas.

Chus, en su imparable hemorragia creativa, me propone escribir un texto sobre un paseo literario, un par de folios con un recorrido descriptivo de aquel paseo de mi hábito o de mi gusto, y le digo que sí, como a todo, pero luego me quedo un tanto pensativo porque hace algún tiempo que apenas deambulo por Zaragoza (está cada vez más sucia) y sí, en cambio, por sus lugares perimetrales, allá donde se desvanecen los límites y los elementos urbanos dejan de ser reconocibles.

Me estoy volviendo raro, claro está,

Por eso me gusta, en lugar de vagar por la ciudad, alejarme de ella hasta allá donde la naturaleza lucha por recuperar lo que ha sido suyo y no hay marcas, señales de tráfico, vallas, postes, precintos, rayas en el suelo, no hay carreteras pero los caminos no son aún sendas, siguen siendo vías suburbunas para alejarse del ruido y de los coches, de la contaminación, aunque los baches y las zarzas, la soledad y los mosquitos puedan invitar a volver demasiado pronto a aquellos caminantes refractarios a entornos hostiles.

Me gusta pasear por donde nadie pasea porque eso no es andar, deambular, sino preguntarse por peregrinos asuntos, alumbrar ideas tan pintorescas como las que vienen a la cabeza recorriendo esos acampos del sur donde se levantan decenas de torres vacías, alzadas en medio de la nada, entre zanjas, accesos que no llegaron a serlo, centros escolares o paradas de autobús señaladas con postes, paisaje urbano y lunar, absurdo y fascinante a la vez, de hecatombe futura sucedida en un presente sin gente pues a nadie se ve entre las casas vacías y montañas de cascotes, si acaso una furgoneta abandonada, un toro mecánico que debió averiarse y allí se quedó, un cartel de venta de pisos sobre el que han llorado lágrimas de crisis la lluvia y el tiempo al no venderse nada, al no llegar los nuevos vecinos porque algo allí rechazaba la ciudad y la vida.

Me gusta pasear por los límites porque no hay dogmas, como tampoco en La Casa Amarilla.