Desde el edificio de Ágreda Automóvil, en la avenida Valencia, hasta la urbanización Salduba, en la confluencia de Arzobispo Morcillo con Fernando de Antequera, existen dos décadas de diferencia; veinte años que recorre la arquitecta Noelia Cervero en su obra Las huellas de la vivienda protegida en Zaragoza, un trabajo editado por Rolde de estudios Aragoneses que sirve de guía de este tipo de conjuntos durante el periodo comprendido entre 1939 y 1959 y que reivindica el patrimonio que suponen para la ciudad. Mediante el texto y un cuidado trabajo de adaptación de planos y dibujos, se desvela el valor y la historia de doce casos representativos, huellas del momento que hablan «del orden social, de las técnicas y del hábitat», como explica Cervero.

De esta forma, se puede apreciar la concepción de la vivienda tras la guerra civil, cuando la ciudad debía responder «al gran reto de dar alojamiento» al fuerte movimiento migratorio procedente del campo en busca de trabajo, un problema al que había que atajar «de manera imnediata», matiza. Ejemplo de esta etapa es, precisamente, el edificio de Ágreda, que en este caso encuentra origen en la iniciativa empresarial de prestar asistencia social a sus trabajadores. Precisamente, este hecho pone de relieve uno de los aspectos que recalca la autora, que existe una idea prefijada acerca de la vivienda social y que con este libro busca «ir más allá» y mostrar «todos los tipos de promoción», ya sean desde el ayuntamiento, empresas, entidades benéficas, sindicatos o iniciativa privada.

Edificaciones que tendrán también unas características dependiendo «mucho de los usuarios a las que van dirigidas». Así, pueden verse casos muy distintos, como el de Francisco Caballero, en Luis Vives, o el conjunto de Torres de San Lamberto, viviendas aisladas pensadas para la población americana y que traen a España el estilo de vida americano, detalla la autora.

Se trata, además, de un trabajo que muestra la «vocación innovadora» de sus creadores, arquitectos como José de Yarza, Alejandro Allanegui o José Beltrán, entre otros. Y es que estas viviendas propician «unas condiciones de vida muy diferentes a las que venían ofreciendo las anteriores, las que estaban destinadas incluso a la burguesía. Son unas nuevas condiciones de vida que tienen una vocación innovadora con la que redefinen las tipologías de vivienda mínima de los principios higienistas y del racionalismo», destaca.

También tuvieron otro «efecto importante», ya que contribuyeron «a la evolución» de la ciudad; estos conjuntos actuaron «como colonizadores de nuevos espacios alejados», incluso en ámbitos que todavía eran rurales. Uno de ellos, el Vizconde Escoriaza, es ejemplo de cómo se construyó primero y luego la urbe llegó a él, con el barrio de Las Fuentes. «Poco a poco la ciudad fue creciendo, pero ellos ya estaban allí», ilustra la arquitecta.

Actualmente, los conjuntos con los que cuenta Zaragoza se conservan, aunque algunos muestran «unos síntomas de obsolescencia y abandono enormes», alerta. No obstante, desde 2004 y a cargo de Zaragoza Vivienda, se encuentran sumidos en procesos de transformación centrados en la accesibilidad y la eficiencia energética.

El recorrido es una forma de reivindicar construcciones como la de Agustín Gericó, Venecia, Puente Virrey Rosellón, Alférez Rojas o el Picarral. Un patrimonio «muy diferente al monumental» que muestra el cambio de Zaragoza y la introducción de ideas «fundamentales en la evolución de la arquitectura española hacia la modernidad».