El laboratorio político catalán se está convirtiendo en una verdadera fábrica de monstruos. Menos mal que, por lo menos, no acaban de apoderarse de una convivencia que los ciudadanos sensatos, los constitucionalistas, se esfuerzan heroicamente en mantener. Pero ahí siguen, elección tras elección, escándalo tras escándalo, la sinrazón y el adoctrinamiento, generando híbridos, rarezas, abusos, amenazas...

Sin embargo, el último disparate no ha venido desde las filas indepes, sino desde las muy españolas líneas de Ciudadanos.

El partido vencedor en las últimas autonómicas no se ha portado con la magnanimidad característica de los grandes espíritus después de obtener una victoria, negando al Partido Popular la aportación de un diputado imprescindible para formar grupo parlamentario. De ese modo, Inés Arrimadas condena a Albiol a sentarse en el grupo mixto, privándole de todo protagonismo, de comisiones y cónclaves, reduciéndole a la condición de mero espectador y asumiendo en su integridad Cs la jefatura de la oposición.

Uno, en su ingenuidad, creía, pues así ellos mismo lo habían comunicado, que Mariano Rajoy y Albert Rivera eran cómplices, aliados, leales colaboradores de un proyecto político coincidente en líneas generales. Si de verdad era o fuese así, ¿cómo o por qué Rivera, a la primera de cambio, al primer favor que Rajoy le ha pedido, le niega el pan y la sal de un grupo parlamentario, lo ningunea e ignora?

Podemos fácilmente imaginar que el propio Rajoy o a alguno de los suyos, ese dechado de sutileza que es Rafael Hernando, esa gran faraona en que ha devenido Soraya se habrán dirigido al ciudadano Albert en demanda de ayuda en el Parlamento catalán. ¿Con qué argumentos se habrá negado Rivera a colaborar? ¿Y qué más se habrán dicho en esas conversaciones? ¿Llegará la sangre al río, se finiquitará el pacto PP-Cs?

Pero, ¿había pacto? Si de Alemania hablásemos, un país serio, no dudaríamos de la solidez de una coalición entre partidos, pero en esta España nuestra nadie firma nada y cuando se rubrica se incumple. Lo mismo pasa en Aragón, con sus presuntos pactos, apenas pasajeras compañías en los trenes del poder, a expensas de cualquier estación donde convenga bajarse.

Rajoy y Rivera, PP y Cs hablan en lenguaje distinto.

¿Podrían dejar de hablarse?