A principios de los 90 se produjeron grandes inundaciones en el Mississippi y en el Rhin, que llevaron a cuestionar las tradicionales estrategias de control de crecidas, tanto en EEUU como en Europa. Tras un año de fuertes nevadas invernales, vino una primavera lluviosa y calurosa que aceleró el deshielo, generando enormes crecidas.

Durante décadas, siguiendo los manuales de ingeniería para el control de crecidas, se habían levantado cientos de kilómetros de diques, estrechando el dominio fluvial y talando bosques de ribera para dedicar esos espacios a la producción agraria. Por otro lado, se habían rectificado y dragado los cauces para facilitar la navegación. En suma una estrategia basada en estrechar, rectificar y profundizar lo cauces, de forma que, cuando los ríos bajaron en crecida, la energía de la onda de crecida se triplicó, desbordando y rompiendo todo tipo de defensasy causando graves catástrofes en las zonas más pobladas, en Luisiana y en Holanda.

A raíz de estas inundaciones, tanto en Europa como en EEUU, se cambió la estrategia tradicional, basada en dominar el río mediante obras hidráulicas, para asumir un nuevo lema, givespacetothewater, dar espacio al agua, que ha llevado desde entonces a renegociar con el río sus espacios de inundación. Se han recuperado meandros y bosques de ribera, que contribuyen a disipar la energía de las crecidas, así como amplios espacios del dominio fluvial, como zonas de expansión de las crecidas, expropiando tierras ocupadas y negociando acuerdos con los agricultores para indemnizarles la eventual inundación blanda y controlada de sus cosechas, en caso de crecida. Los diques de ribera se retranquearon o se dotaron de compuertas para controlar la inundación blanda de esos espacios, expandiendo las crecidas y reduciendo su capacidad destructiva.

En el Ebro acabamos de vivir circunstancias climáticas similares (salvadas las distancias) a las que se produjeron en el Rin y en el Mississippi en los 90: fuertes nevadas, seguidas de subida de temperaturas y lluvias. Pero esto, no sólo ocurre con cierta frecuencia en climas mediterráneos, sino que estamos sobradamente advertidos de que, con el cambio climático que hemos provocado y seguimos alimentando, estos eventos serán más frecuentes e intensos.

Por otro lado, la subida del nivel de gravas en los cauces que observan los pueblos ribereños, es inevitable. A lo largo del siglo XX, hemos alterado drásticamente el régimen del río, regulándolo con cientos de presas aguas arriba, que nos permiten hoy disponer de 700.000 hectáreas de regadío y dotar de abastecimiento a ciudades, pueblos y polígonos industriales. Una regulación, por otro lado, que nos ha permitido amansar el río, evitando las crecidas ordinarias y laminando las extraordinarias. Pero lógicamente ese amansamiento del río ha comportado un cambio en el perfil de sedimentos en sus cauces. El río ha estabilizado nuevos equilibrios sedimentarios que han elevado los cauces. Pretender dragar esos cauces a lo largo de cientos de kilómetros, frente a esa dinámica fluvial que trabaja 24 horas al día y 365 días al año, es tanto como ponerle techo al campo para prevenir el pedrisco.

AL IGUAL que en el Mississippi y en el Rhin, en lugar de seguir reforzando y recreciendo las motas de ribera, que acaban siendo burladas por el agua, que pasa por debajo, es preciso renegociar con el río sus espacios naturales de inundación, retranqueando motas, o cuando menos dotándolas de compuertas operables para expandir de forma controlada la crecida. Por cierto que esas compuertas permiten luego evacuar el agua de los campos, cuando el nivel del río baja, evitando que queden inundados durante semanas, como ocurre ahora. Esta estrategia comporta recuperar el dominio público sobre espacios ocupados actualmente, pero sobre todo requiere negociar con los agricultores adecuadas indemnizaciones cuando tengan que inundarse de forma controlada sus campos.

Por otro lado, deben asumirse compromisos urbanísticos a corto, medio y largo plazo, que devuelvan al río espacios de inundación en zonas urbanizadas, como parques fluviales inundables. En el caso de cascos urbanos hay que desarrollar defensas adecuadas, con total garantía para los vecinos, dotadas de instalaciones que impidan la inundación a través de los sistemas de saneamiento y alcantarillado.