Hace escasos días ocurrió algo increíble. La Junta de Castilla y León convocó a los afectados por la futura mina a cielo abierto que se pretende abrir en Borobia (Soria) a una reunión destinada a delimitar la futura explotación. Debían acudir a un paraje denominado El Tablado, a 1.500 metros de altura y en medio de la ventisca. Un coche derrapó a causa del hielo y la nieve. Algunas personas mayores corrieron serios riesgos intentando llegar. Al final, el representante del Gobierno castellanoleonés tuvo que suspender el acto porque el temporal estaba dejando intransitables los accesos. Por supuesto, esta locura ha pasado desapercibida en Aragón (aunque este diario informó de lo ocurrido a finales de febrero), a pesar de que la maldita mina de magnesitas alteraría un espacio protegido en la cabecera de los ríos Manubles, Isuela, Aranda y Ribota, afluentes del Jalón. Desde que se planteó el problema (y ya van unos años) las autoridades aragonesas han reaccionado como mucho con tibieza (o no han reaccionado en absoluto), mientras que la Junta de Castilla y León maniobra para dar luz verde al proyecto.

Es un ejemplo más de cómo las instituciones pueden actuar de manera demencial; eso sí, inclinándose siempre del mismo lado. Las intervenciones sobre el territorio se han ido haciendo más y más extravagantes. Sin embargo, muchas de ellas son ignoradas o se las justifica con los argumentos más marcianos.

Subí a Canal Roya, que está preciosa y nevadísima. Volví a maravillarme de que el Gobierno aragonés pueda plantearse en serio meter por allí un telecabina para unir las estaciones de esquí de Formigal, Astún y Candanchú. Bajé luego a Castiello y le di un vistazo a la urbanización afectada por la crecida del Aragón tras las primeras lluvias invernales. La casa medio arrastrada por las aguas está literalmente dentro del cauce. ¿Cómo aprobaron aquello? ¡Y encima quieren reconstruirla!

Pero hay cosas peores. Las obras para el recrecimiento de Yesa, según me cuentan en fuentes bien informadas, parecen haberse convertido para la Confederación Hidrográfica del Ebro en una delirante obsesión. Se trabaja sin cesar para estabilizar las laderas donde apoyará la nueva presa. Unas laderas, por cierto, que no se empezaron a deslizar hasta que las excavadoras les metieron mano. Ahora no consiguen fijarlas. Los propietarios de las viviendas (60 nada menos) desalojadas ante el peligro de que se viniese abajo la montaña no han podido regresar a ellas. Y la gente de la zona observa ahora con aprensión que también en la vieja presa pasan cosas raras. El pantano, ¡al fin!, está casi lleno pero el agua se filtra de forma evidente por el terreno donde se asientan los estribos.

Los jefes se van de cabeza.