Históricamente, santa Águeda, o Ágata, habría nacido en torno al año 230, en la ciudad siciliana de Catania, en el seno de una familia noble y adinerada. Águeda tenía 21 años cuando el emperador romano Decio decretó la que fue séptima y más cruel persecución contra los cristianos. En Sicilia, el encargado de llevarla a cabo fue el procónsul Quinciano, quien nada más conocer a la joven se enamoró de ella por su belleza e inteligencia. Furioso por no ser correspondido, y por las ingeniosas y valientes respuestas de la joven («Yo no soy esclava, sino mujer libre desde el instante mismo de mi nacimiento»), Quinciano decidió someterla al tormento, ordenando a los verdugos que le cortasen un seno.

Momento en que, según la tradición, Águeda cubrió su pecho mutilado con un velo, al tiempo que recriminaba a sus torturadores: («¿No os da vergüenza privar a una mujer de un órgano semejante al que vosotros, de niños, succionasteis reclinados en el regazo de vuestra madre?»). La hagiografía de santa Águeda cuenta que esa noche se le apareció milagrosamente san Pedro en su celda, quien la sanó de sus heridas y le repuso el seno que sus torturadores le habían cercenado.

Al comprobar el prodigio, un iracundo Quinciano ordenó entonces que fuese arrojada desnuda a un lecho de brasas incandescentes, y cuando la joven estaba a punto de morir quemada, la ciudad fue sacudida por un fuerte seísmo que provocó la huida del procónsul. No obstante, la santa catanesa murió al día siguiente (5 de febrero del año 251) siendo su cuerpo embalsamado y depositado en un sarcófago, instante en que -según la tradición- se apareció un ángel, quien en la cabecera de la santa puso una tabla de mármol con estas palabras: Alma santa y voluntaria víctima, honró a Dios y salvó a su patria. Una frase que pasó a ser impresa -siglos después- en las campanas de numerosas iglesias de España, testimonio de su generalizada devoción en nuestro país.

Es muy probable que el culto a santa Águeda sea la cristianización de uno anterior a Isis, diosa del Antiguo Egipto. De hecho, desde la dominación griega de Sicilia, esa deidad había pasado a ser la protectora de la isla, considerada como «la buena diosa». Por esta razón, la santa aparece con algunos de sus atributos, caso del velo, que cubría también el rostro de Isis con la leyenda: Soy todo lo que es, lo que ha sido y lo que será, y ningún mortal ha levantado todavía mi velo, en referencia a la búsqueda incesante por la Humanidad de la salvación, es decir, la verdad.

De este modo, tras la llegada del cristianismo, a santa Águeda le fue transferida la simbología de esta divinidad sagrada del Mediterráneo y todo lo que había significado a lo largo de los siglos: la equiparación del poder de las mujeres y de los hombres. De ahí el carácter de reivindicación femenina en el día de su fiesta. Así, en Catania, ciudad natal de Ágata, cada 5 de febrero salían a la calle las Ntuppatedde: mujeres casadas o solteras, con el rostro cubierto por un velo que les proporcionaba el anonimato y el poder necesario para seducir a los hombres, pedirles dinero y regalos, sacarlos a bailar y mofarse de ellos con sus chistes, sin que sus padres o maridos pudieran protestar. Una manifestación que entronca con otras de numerosos pueblos de España, donde en el Día de Santa Águeda, las mujeres son las protagonistas absolutas de cuanto acontece.

Asimismo, la celebración está relacionada con el preludio de la primavera, anunciado por el incremento de las horas de luz, y por ende, con la maternidad y la lactancia de los niños. Los primeros de febrero son además, días en que las cigüeñas comienzan a surcar los cielos de Europa en su anual migración desde África. De ahí que tradicionalmente se haya asociado a estas aves (cuya llegada coincidía con la celebración de los ritos propiciatorios de la fertilidad) con el nacimiento de los niños.

Por otro lado, los pechos cercenados de santa Águeda pasaron a convertirse en símbolo de vida, al dar con su muerte testimonio de la fe en Cristo, el Resucitado. Y a ella -como santa intercesora ante Dios- comenzaron a hacer ofrendas los fieles para procurar su mediación. De ahí el antiguo origen de los hoy tan populares dulces de santa Águeda, en forma de seno y pezones de guindas o mazapán, y los panes bendecidos, como ocurre en la localidad zaragozana de Escatrón.

Además, al celebrarse su fiesta a comienzos del variable mes de febrero, a mitad del invierno, a santa Águeda tradicionalmente se le confirió un poder predictivo y distribuidor. De manera que, al igual que el día de la marmota en los EEUU, en España tenemos un refrán: Si la candelaria llora, el invierno está fuera. Si la candelaria ríe, el invierno revive.

*Historiador y periodista