El debate sobre ordenanzas fiscales es mucho más que la adopción de acuerdos sobre la tributación directa que se requiere a los ciudadanos para mantener los servicios de la ciudad. Es mucho más, porque detrás de esta decisión hay un modelo de ciudad y una forma de entender la realidad.

Las ordenanzas fiscales de Zaragoza de este año tenían que deshacer un entuerto; el derivado del fin de las bonificaciones potestativas del IBI, que conllevaba un aumento muy considerable en los recibos de los zaragozanos. Todos los grupos han estado de acuerdo en frenar este desaguisado y han aprobado la rebaja del tipo de IBI residencial en un 21,7%, el índice propuesto por el PSOE, que logra mitigar mucho los efectos del catastrazo que se esperaba.

El IBI es un impuesto que grava la propiedad. Pero no permite aplicar medidas progresivas, ni que los ayuntamientos lo modifiquen más allá del valor del tipo. Pero no hubiera habido tensiones si el Gobierno Rajoy hubiera prorrogado las bonificaciones o hubiera accedido, tal y como le propuso el PSOE, a hacer una revisión de valores catastrales. El segundo escollo que ha habido que salvar en el debate de ordenanzas ha tenido que ver con la voracidad recaudadora de Zaragoza en Común. Conseguir 20 millones de euros más es lo que coloquialmente se dice mucha tela. Mucha tela para un sector industrial y comercial zaragozano que es el motor, casi en solitario, de nuestra economía; un sector minifundista, lleno de establecimientos con muy pocos trabajadores, que no podía soportar este esfuerzo ni con la propuesta en la que ZeC implicaba a casi 3.000 comercios, ni gravando a los casi 1.000 que suponía la segunda iniciativa. Afortunadamente ninguna de las dos encontraron eco suficiente en el pleno.

ZeC tiene que dialogar más, tiene que buscar alianzas, pero sobre todo tiene que hacer que Zaragoza funcione. Por eso, recaudar de manera incontrolada sin atender a los efectos que se desencadenan es un desacierto, un atropello y un error, que hemos logrado parar a tiempo. ZeC ha expresado su disgusto por gestionar una deuda que no ha generado (utilizando su mismo lenguaje), y por no tener el dinero necesario para poder desarrollar sus ideas. Pero es pueril pretender un reset de las instituciones a las que se entra a gobernar. En las instituciones se hereda lo que otros han hecho. También lo bueno. Y no es lo mismo heredar una institución gobernada desde principios progresistas, con especial atención a la acción social (como es el caso del Ayuntamiento de Zaragoza) que hacerlo de otra en la que lo que ha primado es el austericidio, los recortes y el estrechamiento del estado de bienestar (caso de la DGA gobernada por Rudi).

Ahora toca la compleja tarea de elaboración del presupuesto. No basta con analizar las nuevas necesidades e incrementar los ingresos para cubrirlas. Se trata de elaborar equilibrios entre ingresos previstos y gastos, reduciendo lo innecesario y efectuando las prioridades pertinentes. Hay que saber, pero también hay que querer.

Por eso, el único remedio es el trabajo intenso, el diálogo permanente y la búsqueda del acuerdo. El alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, quiere pasar página a los desencuentros que han forjado las ordenanzas y tejer acuerdos para aprobar los presupuestos. Ese es el camino. Hay que lograr unos presupuestos que satisfagan las necesidades de los habitantes de esta ciudad (de todos), con especial atención a los más necesitados. Para los socialistas será clave que mantengan el esfuerzo en acción social realizado a lo largo de estos años, además de impulsar una salida justa de la crisis. En esa senda nos encontraremos. Seguro.

*Concejal del PSOE y portavoz de Economía