Había mucho bullicio en el aparcamiento del monasterio de San Lorenzo del Escorial. José Luis Laguía, segundo director del Kelme, hablaba, cómo no, de Alejandro Valverde. Faltaba poco más de una hora para que se decidiera la Vuelta a España en la cronoescalada final a Abantos. El hombre se acercó en silencio y esperó unos instantes para no interrumpir la conversación. Llevaba una camiseta oscura donde se podía leer "Peña Ciclista Alejandro Valverde". Vestía también unos pantalones bermudas que descubrían unas piernas musculosas y bien afeitadas, cómo debe ser en todo globero que se preste. "Usted es José Luis Laguía", dijo el hombre convencido. El gesto afirmativo del técnico tuvo como respuesta inmediata una mano tendida y una frase: "Soy Juan Valverde, el padre de Alejandro".

La revelación de la Vuelta

Juan, campeón ciclista veterano, no quiso perderse aquel día la ascensión que su hijo iba a realizar a Abantos, donde se aseguró el podio de la ronda española, carrera en la que abrió los ojos a todos los aficionados, con sus dos victorias, pero sobre todo con su genio, su compostura, su finura, su clase y su extrema inteligencia sobre una bicicleta. Porque Juan, aparte del padre, fue la persona que contagió al hijo con el virus del ciclismo. Porque Juan, como buen globero , es el mismo que espera con su bicicleta que el hijo regrese del entrenamiento para atacarle, como Dios manda, en el único repecho que hay antes de llegar a casa, a la pedanía de Las Lumbreras, que pertenece a Monteagudo, a su vez pedanía de Murcia. Y, claro, Alejandro se deja ganar por el padre. Sólo faltaría.

Y porque el padre le compró la bici, a los seis años, cuando Alejandro ya empezó a notar el gusanillo por este deporte, en el que se afinó hasta convertirse en el mejor corredor español en el campo aficionado. A Juan le pilló la última gesta del hijo lejos de Murcia: la medalla de plata lograda en Hamilton, tras los pasos de Igor Astarloa, en lo que ya es un doblete inolvidable. Estaba de viaje, con su camión, por Cataluña.

A Alejandro, cuando se retire, no le importaría montar un negocio de transporte. Hasta podría hacer planes con Isidro Nozal, el chaval del ONCE que casi gana la Vuelta, que es un loco de los camiones. Pero quizás no tenga necesidad. En el ciclismo gustan las comparaciones, demasiado, seguro. A Valverde ya hay hasta quien se atreve a compararlo con los grandes mitos de este deporte.

No falla en ningún terreno

Vicente Belda, su director en el Kelme, lo tiene claro. "Tiene un instinto especial. Se transforma sobre la bicicleta. Gracias a sus condiciones innatas se convierte en el mejor escalador, en el mejor esprinter y tampoco falla en las contrarrelojes. A los 23 años, Armstrong no era mejor. Es alucinante. Hasta en algunas cosas recuerda a Merckx". Está enamorado de este portento murciano, el corredor con más futuro del mundo.

Quizás será pronto aún para verle en el Tour el próximo año. "Qué aprenda primero en las clásicas, luego descanse y en septiembre ganará la Vuelta", pronostica Belda. Pero si, finalmente, Oscar Sevilla se va del Kelme, los planes pueden cambiar. Valverde ganó el domingo una medalla de plata que ha enfurecido a sus compañeros. Tenían pactada una prima por el oro y ahora la plata sabe a poco para recibir doble gratificación del Consejo Superior de Deportes.