Semana de premios y reconocimientos, como los de la Academia aragonesa de gastronomía, que se entregaron el miércoles. Entregar galardones y distinciones es una buena idea, por más que conlleven siempre los débitos, filias y fobias, de quienes los convocan. Y suponen además eventos sociales que colectivizan y relacionan al sector.

Sin embargo, esta misma semana se entregan también las distinciones municipales, nombramiento de ‘hijos’, reconocimientos, etc. en los que la agroalimentación y la hostelería suele estar poco representada, al menos según alcanza la memoria al firmante. Es habitual la presencia de artistas, escritores, músicos, políticos, científicos, etc. ¿Pero y los hosteleros y productores agroalimentarios?

No existen, apenas son valorados, como ya recordábamos hace semanas en el caso del vino. Para ser positivos en estos días de absurda crispación, vamos a sugerir gentes, sin citar sus nombres, merecedores de reconocimiento más allá de su sector. Como ese hostelero que recibió la licencia de apertura de su bar justo el día que se jubilaba, décadas después de solicitarla. O en el caso contrario, ese otro que se salta las normativas, pero gana pleitos gracias a su ingente inversión y puestos de trabajo.

¿No merecen premios los hermanos que han llevado la borraja y su cultura por toda España? ¿O ese restaurante que fue centro de reunión de toda, toda, la izquierda aragonesa antes, durante y después de la transición? Al que, por cierto, la derecha iba a probar su fresca merluza recién desembarcada de un camión de paso. ¿Los ganaderos que llevan 800 años manteniendo y reformando su colectivo, no son significativos?

Francia ama y rinde homenajes a sus cocineros, a sus panaderos, a sus agricultores… Pues el reconocimiento social no es más que la estima que cada sociedad deposita en sus diferentes grupos. Y aquí a los protagonistas de la agroalimentación, la hostelería y la gastronomía le tenemos muy poca. Aunque esté de moda.