Parece evidente que nuestra Semana Santa y nuestras procesiones y manifestaciones religiosas en la calle han traspasado el ámbito religioso, con o sin nuestra colaboración, para convertirse en parte del acervo cultural de nuestra sociedad. Para algunos maledicentes nos hemos convertido en algo folclórico, dándole al término la peor de sus posibles acepciones. Lo cierto es que muchas de las personas que asisten a nuestras manifestaciones y eventos no lo hacen por cuestiones religiosas.

Y es ahí donde debemos incidir, en manifestar nuestra religiosidad con más ahínco. No estamos en una tamborrada, ni en una pachanga con banderas e imágenes más o menos bellas, estamos manifestando nuestra religiosidad, nuestra fe. En las procesiones rezamos, realizamos penitencia, pues son procesiones penitenciales, pero también realizamos apostolado.

En otros ámbitos de la sociedad a este concepto se le llama captación de adeptos, en las sectas, proselitismo y en los negocios, labor comercial. A nosotros se nos concede un término que me atrevo a calificar de precioso. Según el diccionario de la RAE Apóstol es todo aquél predicador, evangelizador o propagador de una doctrina importante.

Y viene todo esto a cuento para resaltar una de las partes menos valorada de la procesión pero no menos importante, pues entiendo yo que son los símbolos que hacen que toda la procesión sea un todo, que demuestran la seriedad y solemnidad del acto que se está realizando en la calle.

Me refiero a los atributos, los elementos de la procesión que la revisten, engalanan y realzan hasta hacerla verdadera muestra de fe. Nuestras procesiones deben ser entendidas, a mi modo de ver, como momento de oración y manifestación de fe, alejándonos de todo cuanto de vertiente folclórica se le pudiera achacar. Y en esa misión, y de forma no menos relevante, participan los atributos de la procesión: guión de cabecera, faroles, estandartes, pebeteros, incensarios, mazas, ciriales, arquetas... y un largo etcétera son esa preciosa ornamentación que engalana nuestras procesiones.

Entendamos el papel de los atributos dentro de la procesión como si de los complementos de una buena mesa se tratara. Cuando uno invita a alguien a su casa a comer, quiere tratarlo con todo agasajo, sacará la cubertería buena, la cristalería más fina y brillante y una mantelería recién lavada e inmaculada; si cabe, pondremos un centro de flores, incluso unas velas, si de una cena se tratara, unos lazos alrededor de las servilletas y unos platos que combinen con el resto de lo aportado. Todo en aras a conseguir la comodidad del invitado, hacerlo sentir a gusto, pero sobre todo hacerlo sentir importante, que se sienta respetado, valorado, querido.

De igual manera, los atributos en una procesión resaltan la importancia de aquello por lo que se procesiona, salimos a la calle con nuestras mejores galas para honrar a Jesús y a su Madre, para darles la importancia que tienen y merecen.

Cuando una procesión sale a la calle, los invitados son muchos, son los cofrades que participan, son nuestro Señor y su Madre, pero es también el público que nos observa desde la acera, conmovido por la belleza de nuestras tallas, nuestros toques y nuestros atributos.

Aprovechando que este año la Cofradía del Prendimiento estrena una nueva Cruz In Memoriam, quisiera destacar este atributo sobre el resto.

Estos días, fíjense en esas grandes cruces portadas por algunos cofrades en las que aparece el epígrafe Cruz In Memoriam. Si se fijan con detalle podrán comprobar que en ellas aparecen grabados los nombres de los cofrades difuntos desde la fundación de la cofradía, de manera que en Zaragoza nos gusta decir que «en nuestras procesiones, están todos los cofrades, los vivos y los fallecidos».