La provincia de Teruel, como el resto de Aragón, viene sufriendo una prolongada ola de robos en zonas rurales que se inició con el comienzo de la crisis económica. Las casas de los pueblos, sobre todo las que solo se habitan a temporadas, y las explotaciones agrarias son los objetivos de los ladrones, que tienen una mayor facilidad para llegar y para huir gracias a la autovía Mudéjar.

"En Cella existe una sensación de inseguridad muy grande", afirma José Sánchez, agricultor de la localidad, que pertenece a la comarca de Teruel. "Han robado en un bar, en casas particulares y en las industrias del pueblo", afirma. "Estamos temerosos", asegura este vecino, que no obstante señala que este año se están registrando menos delitos contra la propiedad que el pasado, sobre todo en instalaciones agrícolas.

VIGILANCIA La Guardia Civil desarrolla una importante labor de vigilancia que va dando sus frutos con la detención de los autores de los robos. Además, los habitantes colaboran en la medida de sus posibilidades en tareas preventivas. De hecho, hace unos días, tras perpetrarse un robo en un bar, los dueños salieron en persecución de los ladrones, que habían huido por la carretera de Monterde, si bien no pudieron darles alcance.

"No sospechamos de nadie", manifiesta José Sánchez, que posee tierras y una importante ganadería ovina. "No sabemos quién puede estar detrás de esta oleada de robos", añade.

Lo que sí han notado los turolenses que viven en el valle del Jiloca, en el corredor del río y la autovía A-23, es que la mejora de las comunicaciones ha generado una mayor movilidad.

Hace algún tiempo, por ejemplo, unos ladrones robaron 150 jamones curados en Calamocha y huyeron en un microbús también sustraído. En cuestión de pocas horas desaparecieron y el vehículo apareció abandonado en una localidad de la provincia de Alicante.

METALES Los perniles fueron un buen botín. Generalmente, los bienes que se roban son de otra índole. En las propiedades agrarias desaparecen las baterías viejas, los motores que se utilizan para impulsar el agua y los elementos metálicos de los sistemas de riego.

Algunos de estos objetos acaban en el mercado negro, donde se venden a precios muy inferiores al real. Y, en el caso de los metales, a menudo se funden de forma clandestina y salen de España de manera ilegal para dirigirse a otros países que los necesitan.