Muchos vecinos del municipio cincovillés de Luna han dejado parte de su corazón en Júnez y Lacasta, dos pueblos cercanos que se convirtieron en fantasmas en la década de los 60 y donde ahora los gritos de los chiquillos se han sustituido por el sonido del viento. A Júnez se llega por una pista forestal que discurre a tan solo cuatro kilómetros y medio de Luna. Encima de una colina rocosa y junto a un barranco, el conjunto de casas de piedra se levanta sobre un paisaje verde, de sierra baja, rodeado de ocres de antiguas tierras de labor.

Muchas de las casas todavía permanecen en pie y ni siquiera los tejados se han hundido tras años de abandono e inclemencias meteorológicas. Dejando atrás la maleza, algunos rincones del pueblo todavía tienen el espíritu de un núcleo que se autoabastecía y vivía fundamentalmente de la cría de cabras. Algunas de las viviendas todavía guardan en su interior hojas de periódico viejas, madera preparada para pasar los largos inviernos, cocinas de carbón y sillas desvencijadas hechas a mano. Fantasmas de un pasado duro que hubo que abandonar por una vida mejor.

UN ÉXODO OBLIGADO

Desde las ventanas, una excepcional vista al campo debido a una situación en altura privilegiada. La pregunta es inevitable: ¿Por qué se abandonó? Los más mayores de Luna conocen la respuesta. "Se fueron cuando dejaron de poder vivir, allá por los años 60, aunque todavía quedó algún vecino que se empeñaba en ir a pasar allí algunas noches", explica Álvaro Luna, uno de los vecinos --precisamente-- de Luna.

Otro de los luneros aporta más datos. "Todo empezó a ir mal cuando los forestales empezaron a denunciar a los vecinos porque criaban cabras. Es verdad que se comían algún arbolico, pero no era para tanto. Cuando dejaron de criarlas se fueron. Les quitaron eso y los hundieron. Algunos marcharon a Zaragoza, otros a trabajar a los polígonos de Zuera, a Luna", relata José Luis Soro.

Álvaro aún recuerda cuando subía, todos los inviernos, a matar a los cerdos que criaban los de Júnez.

--"Allí vivían unas cuantas familias. Y numerosas. Algunos tenían diez y doce hijos. Hacían el pan, cultivaban hortalizas, tenían de todo y todo lo cultivaban o lo criaban ellos. No había mucho que hacer, quizás por eso lo de los hijos", apunta con picardía.

--"Sí, pero no todos se llevaban bien. Eso también es verdad, aunque como en todos los pueblos", indica José Luis.

--"Ya, pero al final, se dejaban la levadura para el pan y todo", contesta Álvaro.

En Luna no quieren que se pierda el recuerdo de esos pueblos, cuyos cementerios albergan los restos de antepasados de los de allí. Y muchos recuerdos. "Yo voy con mis yernos, para que los vean. Los contemplo así y se me cae el corazón al suelo", dice José Luis. Junto a la pequeña iglesia de planta cuadrada --una casa a la que se añadió una pequeña espadaña triangular de campana única--, se celebraban las verbenas en fiestas en las que vecinos y amigos se echaban a la calle.

En mitad del casco urbano de Júnez se alza una casa blasonada, casi palaciega. Pertenecía al rey de Júnez. "Entonces se le llamaba así porque tenía mucha tierra. Aquí nos gustaría recuperar los blasones del balcón y traerlos para que no se pierdan ", explican en el pueblo. Adornaban una de las mejores casas de la localidad y es que a su propietario incluso le adjudicaron título real. Podía ir andando de Júnez a Valpalmas --distan alrededor de once kilómetros-- siempre sobre sus propias tierras.

Pero el rey se marchó y también todos los que vivían en Lacasta, un pueblo situado a unos cinco kilómetros de Júnez y diez de Luna. Y se siguen recordando sus nombres: Casa Jorgico, Casa Silvestre --los últimos que se fueron--, los Montoris, los Upianos. Lacasta no fue un pueblo cualquiera. Alberga un templo románico dedicado a San Nicolás de Bari y muchos otros tesoros importantes para los que pasaron su niñez allí, como una pila bautismal de una sola pieza de granito fechada, al igual que la iglesia, entre los siglos XII y XIII, o un pozo en el que se bañaba la gente. "Era de piedra viva, muy buena", aseguran los lugareños.

A los de Luna no les gusta que Lacasta se haya hecho famoso porque se vende. Uno de los propietarios de parte del pueblo, un madrileño, lo ofrece por internet (www.pueblosabandonados.es). "Eso ya veremos", dicen en Luna, reacios a hablar de este tema. En realidad, se venden 30 hectáreas de terreno rústico, cuatro casas, cuatro corrales, un pajar y las ruinas de un antiguo castillo; pero esto no constituye el total del municipio, ya que hubo propietarios que se negaron a vender. El precio, 189.000 euros. Y ya hay pretendientes, entre ellos un grupo interesado en instalar un centro de medicina alternativa.